Me lancé a Comilona 2017 y descubrí estas suculentas joyitas emergentes
Pensé en algo leve, y apareció esta hamburguesa. Todas las fotos son de Ollin Velasco

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Comida

Me lancé a Comilona 2017 y descubrí estas suculentas joyitas emergentes

Prometí contener mi YOLO de antojos chilangos, pero llegó la 8va. edición del festival gastronómico Comilona y tuve que hacer (otra vez) una muy merecida excepción.

Este sábado 22 de julio, una casona ubicada en el número 30 de la calle General Prim, en la colonia Juárez, se volvió un apetitoso búnker de propuestas culinarias emergentes en la CDMX, y no pude decir que no.

Llegué a Comilona con el nivel de hambre y sed que ameritaba este evento patrocinado, entre otros, por Ron Zacapa, y me fui directamente al patio central, para elegir mi feliz punto de partida.

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Cada año, Comilona reúne bajo un mismo techo a los proyectos gastronómicos más nuevos de la ciudad.

Con una chela oscura en mano, me dejé convencer por el aspecto de la comida exhibida en estantes de distintos precios, estilos y lugares de procedencia; por el número de gente esperando en cada stand; la expresión de felicidad de los comensales al recibir sus respectivas órdenes; y las sugerencias de los mismos expositores.

Luego de evaluar dichos aspectos, caí rendida en las redes de estas cinco delicias:

Bacon Special Burger, de Hops & Burger

Nada más, y nada menos, que 140 gramos de rib eye, con queso gouda, tocino crunch y aguacate, bañados en una salsa de frambuesa y chipotle, entre dos capas de pan con ajonjolí negro tostado.

Desde que la vi me encantó. Así que cuando me la dieron junto con una brocheta de papas horneadas, supe de inmediato que la combinación iba a estar interesante.

A las pruebas me remito.

La carne era suave, pero oponía una decente resistencia a la mordida. Así que pasó la prueba.

Tlayuda Venado, de Huaje Gourmet

El reducido (pero bien escogido) menú de esta cooperativa gastronómica se ganó mi voto, desde que supe que sus tlayudas tenían el ingrediente secreto oaxaqueño por excelencia: asiento de chicharrón prensado. No tuve que pensar mucho para pedir la que llevaba quesillo, guacamole, tasajo fresco, chapulines y salsa roja.

Sin duda fue un gran acierto. De haber tenido cerca un buen mezcal, me habría sentido completamente en las sureñas tierras de Benito Juárez.

No hay más: el secreto de una buena tlayuda reside en su asiento.

Torta de pibil con mole, de La cochinita de mi jefa

Tuvieron que pasar un par de horas entre los dos manjares pasados y este. Pero cada segundo de espera valió la pena.

A diferencia de la cochinita pibil que se vende en muchos otros establecimientos, aquí sí sabe a la que originalmente cocinan bajo tierra en la península de Yucatán. Bastaron sólo unas rodajas de cebolla morada encurtida y un chorrito de jugo de limón, para saber que el sitio era digno representante de la nueva gastronomía maya.

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La carne sabía a la que venden en los puestos callejeros de Mérida.

Helado de durazno en rollos, de Helados Boreal

Llegado este punto, ya estaba full. Pero me di una vuelta por otra estancia de la casa y, en un rincón, vi una multitud que se empujaba para alcanzar vasos con helado en rollos (coronados por diversos y pecadores toppings).

Dije: "solo para probar. ¿Qué tanto es tantito?". Y arrasé con el de durazno, que prepararon en menos de tres minutos, frente a mis ojos.

Sí: el helado sabe tan rico como se ve.

Al final (¿por qué, no?) le puse un puño de arándanos, cajeta de Celaya y trocitos de nuez. ¡Una delicia!

Como no es empalagoso, se le pueden poner varios complementos sin sentir tanta culpa.

Cupcake de plátano, de Delicias Cervidae

Sólo me faltaba visitar la planta alta (donde ya me habían adelantado que encontraría postres deliciosos). Con dificultades subí las escaleras de piedra, movida más por la curiosidad periodística (guiño, guiño), que por ganas reales de seguir comiendo de esa forma tan indecente.

Así descubrí los panqués y pasteles de Aristy Venado. Cuando menos esperé, ya tenía enfrente la preciosa vista de estas tres bellezas: un cupcake Vanila dorada, otro de mojito, y uno más de plátano.

El de mojito es un tesoro bien escondido en su dulce carta.

Podría decir muchas cosas. Entre ellas, que tuve suficiente fuerza de voluntad y respeto por la vida, y que no me los comí. Pero, ¿qué les digo? La neta, no pude resistirme. Soy una buena persona, pero reconozco que espero con ansias la siguiente edición de Comilona.


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