Los trabajadores de caña de azúcar en Filipinas viven una historia de terror
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Los trabajadores de caña de azúcar en Filipinas viven una historia de terror

Miles de trabajadores en los campos de caña de azúcar en Filipinas tienen enfrente un escenario del terror: hambre extrema y explotación. Pero ellos piensan: es mejor tener poco a no tener nada.

Miles de trabajadores de caña en la provincia Occidental Negros, en Filipinas, se enfrentan al hambre extrema, a terribles cambios climáticos y a una economía colapsando.

Se llama tiempo muerto y es el periodo entre la siembra y la cosecha, dónde no hay trabajo en los campos de caña. Este periodo se alarga de abril a septiembre. Y durante esos meses: hambre.

Tanto para los dumaan, trabajadores agrícolas residentes, como para los sacada, trabajadores de temporada, esto significa un periodo de vacas flacas (al que han estado expuestos por generaciones). Los lugareños se refieren a este lugar como tingkriwi (dolor) y tinggulutom (época de hambre).

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Existen al rededor de 300 mil trabajadores de caña que proveen aproximadamente a 2 millones de dependientes. Un trabajador de caña gana al rededor de 3 dólares por día, ni siquiera la mitad de lo establecido por el gobierno; y los trabajadores de temporada ganan solo 2 dólares.

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Las fuerzas globales han puesto presión a la industria del azúcar y los trabajos cada vez son más escasos. Muchos de los propietarios de las tierras han creado nuevos sistemas de explotación para sus trabajadores. Uno de ellos se llama pakyaw, en el que se emplean muchos niños. El hacendado dedica cierto territorio a cada grupo para su trabajo, remunerado con un sueldo de 1 dólar por día. Los trabajadores lo ven como un trabajo mal pagado, pero «es mejor tener que perder».

La situación cambia durante el tiempo muerto, cuando el trabajo se detiene por entre 4 y 6 meses. Los trabajadores residentes viven con adelantos deducidos de sus futuros salarios, mientras que los trabajadores de temporada, se van a la costa o a la ciudad en busca de trabajo temporal, estos trabajos en su mayoría son domésticos y se realizan en las casa de sus terratenientes.

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Desde finales del año 1700 hasta 1970, la industria azucarera seguía prosperando, los terratenientes brindaban apoyo a sus trabajadores dándoles una estancia en los plantíos, así como arroz, todo esto se deducía después de sus salarios en la temporada. Ahora el panorama cambió y ha obligado a que estos trabajadores vean por si solos.

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Teroy es uno de los trabajadores de la hacienda; su familia ha estado ahí por generaciones, trabajando la caña. Antes residía en la Hacienda María Cecilia, hasta que se vieron beneficiados por la reforma agraria del gobierno y lucharon para la reposición de sus tierras.

El programa de la reforma agraria, propuso que todos los territorios excedentes a 7 hectáreas iban a ser comprados por el gobierno para después ponerlo en venta a los campesinos con plazos de hasta 15 años. Muchos de estos terratenientes se negaron y empezaron a utilizar técnicas poco amables con sus trabajadores. Incluyendo asesinatos para implantar un régimen de miedo.

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Según Teroy, su asociación ha sido una de las pocas que han logrado subsistir gracias a esta reforma, donde los trabajadores funcionan y controlan de manera colectiva su tierra. Su hermano Potot, fue asesinado por defender y mantener sus tierras. La presión ha sido mucha por parte de otros grupos poderosos que tienen preferencia por el viejo esquema.

Unos días antes de que llegara a la hacienda, Teroy sobrevivió a un ataque. Un motociclista armado entro a sus terrenos y abrió fuego sobre su casa. Los trabajadores creen que el hombre en motocicleta fue mandado por ex-terratenientes en busca de retomar la asociación. Teroy continúa con el legado de su hermano, siempre listo para la pelea.

A pesar de las dificultades, Teroy no quiere irse. «Nunca he pensado en dejar esta tierra, a pesar de las dificultades y la violencia», dijo.

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«Somos resistentes y robustos, como las cañas de azúcar. Durante generaciones, hemos sobrevivido al ».

Para la élite de Negros, el azúcar era el pasaporte para una vida buena, justo hasta los años 70. La industria azucarera, que una vez fue el pilar de la economía filipina, dio lugar a una cultura de privilegio entre hacendados. Incluso cuando los precios del azúcar cayeron a principios de 1980, lo que provocó un efecto tremendo en la isla, los hacendados se aferraron a la ilusión de grandeza.

Sin embargo, para los campesinos pobres y trabajadores, como Teroy, la brecha cada vez mayor entre los ricos y los pobres creó un descontento. Durante años, la isla fue testigo del derramamiento de sangre, de ejércitos privados contratados por hacendados que se negaron a cumplir con la reforma agraria, impidiendo a los agricultores reclamar lo que era suyo por derecho. Muchos de los pobres se unieron a la insurgencia comunista en el campo. Otros como Teroy unieron grupos de trabajadores organizados para luchar por sus derechos.

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En la temporada de 1985, el bajo precio del azúcar coincidió con la sequía, la pobreza y el hambre. Esto atrajo la atención internacional a los

batang Negros

(Niños de Negros), ejemplificada en un artículo de la revista

Asiaweek.

La portada mostraba a un niño desnutrido como los que había en la isla. Hoy sigue igual.

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La industria de azúcar en Filipinas, sigue enfermando. La dependencia de la isla al azúcar es igual que la necedad de los terratenientes de tener una buena vida. Por desgracia, los pobres de Negros no son inmunes a los males de la industria; y al parecer para este mal no hay vacuna.

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Los esfuerzos encaminados para la resolución de este problema, hablan de nuevas industrias como la de las flores y el pescado, que se piensan implementar en los sembradíos de caña. De una u otra manera, estas medidas rápidas no ayudan de mucho. Además estudios han revelado que para que subsista una familia completa, se necesitan al rededor de 10 hectáreas de producción de caña, pero el gobierno repartió aproximadamente 1.5 a cada familia.

Así esta historia en la tierra del dulce dolor.