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Comida

Mi adicción a la Coca-Cola es una cosa seria

Decidí dejar de beber Coca-Cola durante un mes y viví un infierno. Me di cuenta de que tiene sobre mí el mismo poder que tenía el anillo sobre Frodo. Es aterrador.
Photo via Flickr user Roadside Pictures

Podría hablar durante horas sobre mi amor por la Coca-Cola. Creo que una comida cualquiera es definitivamente mejor si se acompaña con una coca bien fría y que lo imposible se vuelve posible después de sentir su dulce ímpetu en las papilas gustativas.

No recuerdo con certeza cuándo empezó mi obsesión por este líquido negro y no voy a pretender que mi relación con él es como la de un drogadicto con su narcótico. Sin embargo, cuando me di cuenta de que llevaba años bebiendo de tres a cuatro latas diarias, decidí que era adicto y me propuse hacer algo que no había hecho desde que era un niño: pasar todo un mes sin tomar Coca-Cola.

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Estamos hablando de la Coca-Cola roja, pero también de la Coca-Cola Light, la Coca-Cola Zero, Coca-Cola Life, la Pepsi, la Pepsi Max y cualquier versión del refresco de cola. Normalmente no me gustan las imitaciones horribles que aspiran a ser una Coca-Cola roja, pero las tuve que retirar también de mi dieta.

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El primer día que pasé sin beber Coca-Cola pensaba que no sería tan grave si bebía un poco, pero me resistí. En el segundo día, soñé que habían inventado una nueva lata de 530 ml, pequeña, gorda y hermosa. ¿Porqué soñé una cantidad tan específica de Coca-Cola? Al tercer día la falta de cafeína me estaba volviendo loco, tartamudeaba al hablar, no me concentré en el trabajo y olvidé las llaves del coche. Entonces me di cuenta cuán grave era mi adicción. Esto no iba a ser fácil.

Luego fui a comer a Nando's. Comer en este palacio de pollo, en caso de que no lo sepas, significa tener refill ilimitado de distintos tipos de sodas. Esto, por lo general, es una excusa maravillosa para mí para consumir una cantidad de azúcar y cafeína capaz de provocarle un coma diabético a un oso adulto. En esta visita a Nando's, por primera vez en mi vida, rechacé la Coca-Cola y eso me causo un dolor de cabeza inexplicable.

Ese mismo dolor apareció cuando tuve que sustituir la Coca-Cola por limonada o agua con Tang para acompañar un plato de curry. La humanidad no ha inventado una comida que ame más que la india y no hay absolutamente ninguna bebida que la acompañe mejor que una Coca-Cola fría. Durante mi mes de dolor me comí 6 platos de curry y todas las veces sufrí dolor de cabeza —aunque sospecho que era más bien un dolor emocional—.

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En mi refrigerador (compartido con mi roomie), había una lata de Coca-Cola ahí. tentándome, burlándose de mí, esperando mi regreso al lado obscuro. Pero resistí. Contrario a lo que pasa con un alcohólico en recuperación, yo no miraba al resto de las personas bebedoras de Coca-Cola con aire de superioridad moral. No me sentía mejor persona, de hecho extrañaba muchísimo los efectos de mi bebida favorita: ese putazo de energía que me da a la mitad del día, esa patada en el culo. Mientras escribo esto me doy cuenta de que sueno como un drogadicto justificándose; y la verdad es que mi necesidad de cafeína es muy parecida a la de cualquier adicto (incluso hablando de drogas más siniestras). Por ejemplo: escribir es algo mucho más fácil y atractivo luego de una inyección de cafeína. El no tener Coca-Cola conmigo significó que escribir esto se convirtiera en una agonía lenta y dolorosa. Ok, exagero, pero sí fue una tarea nada atractiva.

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La Coca-Cola es la bebida más ubicua del planeta: la compañía vende 1.9 billones de unidades cada día; está en todos los lugares de comida rápida (si no es Coca-Cola al menos sí es un refresco de cola); está en los bares, en las tienditas de abarrotes, en los supermercados, en las farmacias, en las oficinas; ¡está hasta en el pueblo más perdido del mundo! La Coca-Cola ha conquistado todo. Pero no lo ha hecho sólo por ser omnipresente, sino porque sabe jodidamente bien —y bueno, porque es adictiva, claro—.

Mientras más me acercaba al final de mi reto más tentado me sentía a beber la Coca-Cola de mi refrigerador. La lata me llamaba, casi podía oírla; cuando la veía, notaba cómo su color rojo se volvía cada vez más brillante, y su contenido imaginario, más dulce.

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Finalmente el glorioso momento llegó. Fue una hermosa tarde de sábado; compré un sándwich de tocino y una botella de Coca-Cola de vidrio de 330 ml —un ejemplar poco común—; y me senté a disfrutar de mi adicción en soledad. No estaba preparado para el increíble sabor que iba a recibir de la bondadosa bebida. El momento en el que el líquido negro entró en contacto con mi lengua experimenté un golpe de dulzura seguido de una explosión de placer que no se compara con nada. Fue como reunirse con un viejo amor a quien todavía se ama: con todos esos nervios, el sudor, el temblor, la emoción.

Me sentí como Frodo con el anillo. Sí, así de enorme es el poder que ejerce la Coca-Cola sobre mí. Es aterrador, pero encantador.