FYI.

This story is over 5 years old.

Comida

El ser chef me hizo olvidar que tengo un micropene

Tengo un micropene. Así nací. Cuando nací, mi pene se veía como el de cualquier bebé. Conforme fui creciendo, su tamaño no aumentaba, pero eso no parecía nada fuera de lo normal.
Photo via Flickr user Jens Karlsson

Chef, sexo masculino, 25 años, Reino Unido

Mi pene mide siete centímetros de largo cuando está erecto y apenas dos centímetros cuando está flácido. Tengo un micropene. Así nací. Cuando nací, mi pene se veía como el de cualquier bebé, pequeño y rosa, flotando encima de un gran par de testículos como si fuera un sombrero de duende. Conforme fui creciendo, su tamaño no aumentaba, pero eso no parecía nada fuera de lo normal.

Publicidad

No fue sino hasta que vi penes de otros chicos que pensé, Hmmm, el mío es muy pequeño. No es que no tuviera, solo era muy, muy pequeño. Me volví más consciente de esto cuando entré en la pubertad. A mis doce años y ya con una sombra de bigote encima de mi labio superior, le pedí a mi padre que le echara un vistazo.

"¿Qué? ¿quieres que vea tu Willy?"

"Por favor, papá. No creo que sea normal".

"Muy bien, hijo, vamos a echar un vistazo. Oh. Emm. Sí, vamos a sacar una cita con el médico".

Así nos dirigimos hacia el medico, yo acompañado de mis testículos de tamaño normal, mi cambio de voz y mi muy, muy pequeño pene. El médico lo examinó y dijo: "Vamos a hacer algunos estudios", y algo así como: "Debería estar creciendo". Me puse blanco y mis oídos se sentían como si estuvieran llenos de bellos. Estaban hablando de MI pene, y mi papá estaba en la habitación.

En fin, me hicieron muchos estudios y los médicos llegaron a la conclusión de que yo, en efecto, era anormal. Siempre he tenido un poco de sobrepeso, lo cual no ayuda, pero se considera que alguien tiene un micropene cuando tiene una desviación estándar de 2.5 menor al pene promedio, o menor a 6.9 centímetros cuando está erecto, a diferencia del promedio que es de casi 13 centímetros. El mío llega a 7.6 centímetros, así que estoy en el límite. La mayoría de los casos se detecta después del nacimiento. El mío no. No culpo a mis padres, la mayoría de los niños pequeños tienen apéndices pequeñas, y al parecer no se veía anormal.

Publicidad

Poco después, estaba muy consciente de mi situación. Demasiado consciente. Cuando otros chicos presumían que dedeaban a las chicas y recibían blowjobs en la parte trasera del centro comunitario, pensaba: eso jamás me pasará a mí. No estaba desprovisto de sexualidad. Todo lo contrario, fantaseaba, lograba una erección y me venía. Pero, ¿qué chica querría lidiar con mi pequeño pene? ¿Cómo podría satisfacer a alguien?

Tenía que encontrar una vocación que me alejara de esa obsesión. Siempre fui bueno para los deportes, pero, como adolescente en la pubertad, le tenía miedo a los vestuarios. Evité cualquier cosa fuera de las clases de educación física, y encontré una forma de bañarme y cambiarme que protegía mi modestia. Ninguno de mis amigos había visto mi pene y yo quería que eso continuara así.

Una noche, mientras giraba lentamente una papa al horno en el microondas, decidí tomar uno de los muchos libros de Jamie Oliver de mi mamá. La forma en la que escribía sobre comida era similar a la forma en la que hablaban mis amigos –no era un idioma especializado, era más bien sentido común y entusiasmo. No sé si me caería bien en la vida real, pero en el libro me impactó. Encontré una receta para preparar róbalo con vainilla y, por alguna razón, decidí que esa sería mi primera incursión en la cocina. La próxima vez que fuimos a la tienda de abarrotes, me gasté algo de mi sueldo como mesero en un par de filetes de róbalo, algunas vainas de vainilla, chiles, y todo lo que estaba en la receta. Había escrito los ingredientes en mi muñeca.

Publicidad

Un día, después de la escuela, abrí el libro en la página que doblé y preparé el platillo para mi mamá y para mí. Ella dudó al principio: "¿Vainilla y pescado? ¿Es una broma?", pero le gustó mucho. En ese momento me enamoré de la cocina –la atención que requiere, lo táctil que hay que ser con todo, la manera en la que puedes hacer algo increíble con tan pocas cosas. Yo tenía 14 años y fue un despertar. Un despertar con olor a vainilla.

A partir de entonces, cociné sin parar: tajines, curry, articulaciones de carne cocidas a fuego lento, postres de lujo. Me obsesioné con las especias, una vez incluso me quedé de pie en la cocina durante unos 20 minutos con un pedazo de anís estrellado presionado en mi nariz, por el amor de Dios. Decir que me hizo olvidar lo que estaba al interior de mis boxers sería ridículo. Pero calmó la tormenta en mi cabeza, esos pensamientos de: voy a estar solo toda mi vida por su culpa. Nunca seré un hombre de verdad en ningún trabajo al que me dedique. Nunca lo superaré. El cocinar me hizo olvidar.

Dejé la escuela a los 16 años y me fui a una universidad de servicio de comida– fue la mejor decisión de mi vida. Lo primero que pensé fue que, debido a que estaría usando ropa holgada de chef, nadie se daría cuenta de lo que me pasaba allá abajo. Fue el punto más importante que me venía a la mente. Cuando le dije esto a mi padre, se rió como loco. Pero cuando eres joven, tu pene lo es todo. Es tu antena al mundo.

Publicidad

"Nadie en su sano juicio, a menos que quiera contigo, va a estar mirando tu entrepierna", me dijo. "Deja de pensar en eso".

Lo intenté. Arrasé con la universidad de servicio de comida, aprendí nuevas técnicas todos los días y pasé todos mis exámenes con calificaciones excelentes. Nunca se me había acercado una mujer –más allá de mi imaginación, claro está– pero éste era yo. Tenía una identidad. Era un chef.

Ya cualificado, conseguí mi primer trabajo en una cocina profesional (un lugar muy bonito en el norte de Inglaterra, pero no diré dónde exactamente) me sentía en las nubes. Las bromas, el ritmo y el entusiasmo eran infecciosos. No me preocupaban los tiempos porque yo existía en algún lugar fuera de mis propios pensamientos y obsesiones más allá de mi inadecuación como hombre. No es una exageración decir que la atmósfera de testosterona me hizo sentir más masculino de lo que nunca me había sentido antes. Cuando los chicos hablaban sobre sexo y mujeres, me unía. Cuando se empujaban entre ellos, también me empujaban a mí. Había pasado tanto tiempo en la escuela huyendo de cualquier tipo de bravuconería masculina porque estaba tan preocupado por ser "descubierto". Sentía como si siempre tuviera un secreto. Sin embargo, en ese momento, el miedo se había (en su mayoría) evaporado.

A los 20 años, trabajaba en una muy buena cocina. Mi jefe era un idiota –un bully que lanzaba platos y bandejas calientes por todos lados si las cosas insignificantes salían mal, como un bebé lanzando su sonaja– pero los otros chicos eran divertidos y la comida era de primera categoría. Después de unos meses allí, podía voltear zanahorias y hacer un corte julinenne que te haría derramar lágrimas. Mis salsas eran como de terciopelo y mi habilidad para cocinar y dejar reposar la carne –sobretodo la difícil, como la de paloma– era, creo, la mejor en la cocina.

Publicidad

Cortar carne siempre fue algo que disfruté, pero en este lugar se convirtió en una verdadera pasión. Y sí, cortar el costado del cerdo con un cuchillo enorme me hacía sentir como hombre. Esto te puede sonar terrible, pero cuando llevas luchando con tu masculinidad durante toda tu adolescencia y los primeros años de tu edad adulta, te conformas con lo que hay.

Ahora tengo 25 años y trabajo en un lugar realmente genial con una dirección importante con respecto a los elementos del menú. Casi todos tienen menos de 30 años, lo cual es bueno. Me encanta la carne, usar cuchillos grandes, y el ambiente de la cocina a la hora de orinar, frecuentemente parecido al ambiente del parque. El parque era un lugar aterrador cuando era un adolescente, ya que yo era sumamente introvertido, pero la cocina lo sustituyó casi por completo. Tenía las amistades que nunca me había permitido tener.

Nunca le he dicho a nadie –en serio, a nadie– en el trabajo de mi problema. Pero conocí a una chica. Me costó mucho trabajo generar la confianza para poderle decir –nunca había hablado con nadie que no fueran mi médico o mis padres– pero al final, la necesidad y el deseo fueron más fuertes que yo.

Esta chica era, y es, tan encantadora y sexy, y yo deseaba tanto tener intimidad con ella, hacer las cosas que hacen las personas que se gustan. Cuando le conté, se encogió de hombros y dijo: "Es un mito que a las chicas les gustan los penes grandes. Lo sabes, ¿verdad?" Fue lo mejor que pude haber escuchado –sin rodeos y divertido. La primera vez que tuvimos sexo, fue un poco… bueno, digamos que no duró mucho tiempo. No obstante, hemos estado juntos ya casi un año y ella parece satisfecha, eso es todo lo que yo deseaba. Mientras ella esté feliz y yo siga siendo un chef, me sentiré como un verdadero hombre.

Este artículo apareció previamente en MUNCHIES en septiembre de 2014.