Uno de los recuerdos más vívidos que tengo de mi infancia es cuando me enteré que mi mamá tenía una malformación arteriovenosa cerebral, y que debido a esto la tenían que operar de emergencia. Mis abuelos trataron de explicarme que no sabían si saldría en el mismo estado, ya que los doctores les advirtieron los riesgos de esta clase de operación.Recuerdo que fueron tres semanas que se sintieron como tres años. Vivir en casa de mis abuelos a los diez años porque mis papás se habían ido a Estados Unidos para operar a mi mamá, hizo que cada plato de comida o bebida que tomara, tuviese un sabor de "mi mamá está a punto de ser operada en el cerebro y no sé qué va a pasar, y esa es la razón por la que estoy comiendo esta comida extraña". Me obstinaba por cualquier cosa, pero afortunadamente mi mamá salió bien de la operación y hoy en día, (17 años más tarde) está bien de salud.
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Esa experiencia desarrolló en mí una coraza que me hizo mucho más fuerte ante muchas situaciones y a veces me hace creer que "no tengo sentimientos". Me hizo entender desde muy temprana edad que la muerte existía y que hasta a nuestros seres queridos les llegaba.Muchas experiencias que vivimos de niños se nos quedan atascadas en nuestro subconsciente y moldean varias de nuestras características personales. Estudios indican que el tipo de soporte emocional que un niño recibe durante los primeros tres años y medio tiene un efecto en su educación, vida social y relaciones amorosas, incluso 20 o 30 años después.Para conocer otras experiencias, le preguntamos a algunas personas qué momento de su infancia los marcó más.
MI PAPÁ ME ROMPIÓ LA NARIZ
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Esto es algo que me ha perjudicado en ocasiones, ya que como no me gusta que me toquen la cara, algunas personas sienten que las rechazo o que estoy siendo ridícula. También la relación con mi papá después de eso estuvo mal por mucho tiempo, hasta el punto de pasar un año entero sin dirigirnos la palabra.—Fabiana Olivares, 22 años.
EN LA ESCUELA ME DECÍAN "ANORÉXICA", "BULÍMICA" Y "POPOTE"
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—Nakira Bozickovic, 24 años.
María con cuatro años de edad.Mis papás me llevaron al psicólogo de muy pequeña porque yo no hablaba, era extremadamente tímida. Sólo tenía una amiguita muy controladora que se ponía celosa si tenía otras amigas, entonces me daba miedo hablar con gente —cosa que yo no sabía a esa edad—. Estuve yendo por un tiempo y eso realmente me cambió. Con la psicóloga llegamos a la conclusión de que debido a que mi amiga me controlaba, yo no hablaba con nadie más por miedo a perder su amistad, y por eso no tenía más amigas.Debido a las sesiones hubo una rebelión en mí y un día decidí no comer con ella en el receso, y gracias a ello comencé a hablar más e hice otras amigas. Hablar con más personas parece tonto, pero a mí antes me daban pánico real. Recuerdo que un día la psicóloga en una de las terapias me llevó a una venta de comida sólo para que yo ordenara y eso me daba terror. Pedir el desayuno en la barra fue un logro gigante para mí.Esta experiencia cambió todo en mi vida, aunque la timidez es algo que siempre va a estar como parte de mi personalidad, sólo que ahora está en mucho menor grado y no me impide relacionarme con otros ni hacer alguna actividad. Pero antes esto era una lucha para mí, todo el mundo decía que yo no hablaba y crecer escuchando eso fue muy duro. De pequeña yo pensaba en todas las veces que escuché decir: "María Andrea es tímida y no habla". Ahora yo no pienso así de mí, pero a esa edad creía que ser tímida era algo malísimo. Luego entendí que es totalmente normal.
UNA PSICÓLOGA ME QUITÓ EL MIEDO A HABLAR
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—María Andrea, 23 años.