Comida

El kétchup es lo peor

La opinión de nuestro director culinario.
ketchup
Foto del usuario de Flickr Javier Webar

Que le jodan al kétchup casero. Admitamos por un segundo que, en realidad, no está tan bueno. Es demasiado dulce, nunca coge la textura que queremos y el color es sosísimo.

Vale, quizás es porque soy un pesado que está a favor de Heinz. Pero es la verdad. Heinz es el referente de las marcas de kétchup. Ve a cualquier restaurante, bar o cafetería y verás que siempre lo tienen en esas bolsitas blancas y rojas que son imposibles de abrir. A veces, también lo ves en esos cubos de plástico gigantes, junto con la mayonesa y la mostaza, con un grifo que tienes que apretar para que salga. Incluso, puedes encontrarte directamente la mítica botella de plástico en alguna mesa esperando a que la cojas y le des unos golpecitos para que caiga en tu hamburguesa de ternera ecológica.

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Pero siendo honesto —y me gusta pensar que lo soy— ni si quiera me gusta el kétchup. Es, seguramente, el peor condimento que existe. A mí, dame mayonesa, mostaza o salsa brava cuando quieras. De hecho, ¿sabías que la salsa brava se llama así porque hay que ser muy valiente para aguantar el sabor picante? Así que, sí, que le jodan al kétchup.

Aunque puede que sea cosa mía. Rebobinemos a los veranos de mi infancia que pasaba en Massachusetts en casa de mis padres. Me tiraba toda la mañana en la cocina viendo Zubilee Zoo, un programa infantil muy popular, mientras tomaba un tazón de cereales (¿por qué narices nunca me compraban los que venían llenos de azúcar?). No obstante algunas mañanas, nos juntábamos todos para desayunar huevos revueltos juntos. Una de esas mañanas, después de comerme un plato entero, comencé a vomitar encima de la mesa.

Desde entonces, nunca pude volver a probar los huevos revueltos.

Rebobinemos hacia adelante. Tengo 16 años y estoy cuidando a dos niños. Sus padres normalmente tenían San Jacobos congelados que yo me calentaba en el microondas. A veces, eran unos macarrones con queso recalentados. Por aquel entonces todavía no era chef.

Una noche, uno de los niños —no recuerdo cuál— me pidió que le hiciera unos huevos revueltos. Recuerda, por aquel entonces no era chef. Pero lo hice. Le hice unos huevos revueltos. Tampoco era tan difícil. Pero lo que de verdad me extrañó fue que me pidió kétchup para echárselo encima.

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No me jodas.

No podía haber nada más asqueroso. Como he dicho, no me gustaban los huevos y ni de coña me gustaba el kétchup.

Pero mi curiosidad me pudo y pensé que quizás el sabor del kétchup escondería el sabor (y el olor) tan asqueroso de los huevos. Pero sobre todo tenía curiosidad por saber si realmente sabía o no cocinar, creo.

Así que probé los huevos. Con el kétchup. ¿Y sabes? Estaba bastante bueno. Me molaba. De verdad me gustaba. ¿Por qué están tan buenos los huevos y el kétchup juntos? No tengo ni idea, pero te diré algo: este hito histórico en mi vida fue probablemente lo que me hizo querer ser cocinero.

Así que en conclusión, gracias, Heinz, por inspirarme a ser chef. Ah, y recordad, niños: Nunca hagáis kétchup casero.

Este artículo se publicó originalmente en VICE US.