Guía cromática de fritos callejeros colombianos

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Guía cromática de fritos callejeros colombianos

Para que por fin pueda comprar ese esmalte color carimañola que siempre quiso.

Desde que acepté los fritos como un pilar indispensable de mi dieta de oficinista, uno de mis grandes sueños ha sido pintar mi cuarto color empanada. Proyectemos ese futuro ideal: uno se despierta un sábado a mediodía después de una juerga inesperada, con el cerebro en modo ahorro, y mira la pared de enfrente. Sin que uno quiera, el color —digamos, un amarillo indio con visos caqui y sésamo, como el de la crujiente costra de una potecuda empanada de carne con papa— hace algo sobre el cuerpo. Le hace ojitos, le acelera el corazón, lo obliga a levantarse. Y la boca, donde aún se revuelcan el guaro y el aceite de la noche anterior, no puede evitar amasar una sonrisa. En medialuna, claro: como la fritura que inspiró el tapiz.

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Las posibilidades cromáticas del mundo de nuestros fritos callejeros son infinitas. Cualquier vitrina esquinera ofrece una miscelánea visual digna de la región cálida de una pantonera: amarillos neón, marrones texturados, ocres, sienas saturados, ámbares, naranjas radiactivos. El color, esa primera línea de ataque del marketing de andén, lo bofetea a uno sin tregua. Activa las glándulas salivales o produce incontenibles arcadas. Y uno, como el incauto depredador hipnotizado por el brillo de una presa venenosa, sucumbe. Así sea con terror (como el que produce el naranja nuclear de una papa rellena en la Caracas).

—No le tenga miedo que el color hace que sepa más bueno —me dijo alguna vez una 'vecina' antes de comprar, con ojos espantados, una empanada de un amarillo solo antes visto en las plumas de Piolín.
—Bueno, pero deme mucho ají.


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Más allá de su dudosa procedencia, el variopinto catálogo visual de masas blandas o fritas de maíz, de yuca, hojaldre, harinapán o queso, forma un vistoso mosaico que cualquier diseñador o publicista añoraría en su oficina. Porque nada seduce más que esos hornitos rebosados de grasa saturada de empanadas, papas rellenas, buñuelos, arepas de huevo y pasteles. Y porque, claro, quién no quisiera esmaltarse las uñas color carimañola o mandar a pintar el carro de amarillo empanada de pollo.

Así, para celebrar el eslabón más bajo y adorado de la pirámide alimenticia en Colombia, les dejamos este regalo: una carnudita colección Pantone de frituras callejeras para que hagan con ella lo que se les dé la gana. Yo, por mi parte, ya mandé a comprar las pinturas color arepa'e huevo con carne para mi cuarto.

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