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Liza, Meike y Katla. Todas las fotos de la autora
Identidad

La dificultad de tener un trastorno alimentario estando gorda

El tratamiento es el mismo para todo el mundo: “En un cuestionario me preguntaron si me sentía gorda. Pensé: lo estoy, estar gorda no es un sentimiento”.

Artículo publicado originalmente en VICE en neerlandés.

Empecé a pegarme atracones cuando tenía diez años. Utilizaba el poco dinero en efectivo que conseguía para comprar una bolsa de patatas de tamaño familiar, una caja de galletas y cuatro cruasanes. Me sentaba en un banco en un parque vacío y me lo comía. Siempre había estado gorda, pero, cuando comencé a comer en exceso, subí mucho de peso. Con 12 años, me llevaron a una clínica de pérdida de peso porque mi familia no sabía cómo solucionar el problema. Cuando pregunté a la dietista sobre los atracones y la relación tan difícil que tenía con la comida, simplemente me dijo: “Cuando pierdas peso, se solucionará por sí solo”.

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En los siete meses que estuve en la clínica, perdí mucho peso, pero cuando regresé a casa, volví a los viejos hábitos. Ahora sé que perder peso no soluciona por arte de magia los problemas subyacentes de un trastorno alimentario. Ojalá los profesionales que me trataron de niña lo hubieran sabido.

Los programas de televisión y los documentales a menudo muestran el mismo estereotipo de persona con trastorno alimentario: blanca, joven y muy delgada. Me he encontrado con muchos doctores y profesionales que no se tomaban el problema en serio cuando les pedía ayuda.

Si estás gorda, a menudo escuchas comentarios despectivos y consejos inútiles como “come menos y haz más ejercicio”. Pero para la gente que tiene un trastorno alimentario, sin importar el peso corporal, no es fácil. Y los enfoques más simplistas no solo son molestos, sino que también son dañinos. He hablado con tres personas sobre la dificultad de conseguir ayuda para un trastorno alimentario teniendo sobrepeso.

Meike. Foto door de auteur.

Meike. Foto de la autora

Meike (26 años):

Llevo yendo a terapia por un trastorno alimentario desde hace tres meses. Tardé mucho en tomármelo en serio. Siempre me decía a mí misma que debía parar de quejarme y que la culpa de estar gorda era mía y de la relación tan complicada que tenía con la comida. Estoy contenta de haber ido a terapia finalmente.

Pero todavía hay obstáculos. Personalmente, me interesa mucho el positivismo corporal: trato de aceptar mi cuerpo tal y como es y evitar pensar a toda costa que he de perder peso. Pero los médicos te dicen que “en cuanto dejes de darte atracones, perderás peso”. No es fácil escuchar eso porque no quiero ir por ahí con falsas esperanzas y, lo más importante, quiero dejar de obsesionarme con la pérdida de peso. Lo único que consigo es originar pensamientos poco sanos y muy arraigados en un trastorno alimentario.

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No se dan cuenta de que me he pasado toda la vida intentando estar delgada, como la gente que está en rehabilitación por estar realmente demasiado delgada. Durante años, me obligaba a comer menos y tenía periodos en los que apenas comía, aunque no lo pareciera por mi físico.

La gente piensa que solo las personas delgadas necesitan cuidados de calidad. Es obvio que incluso las salas de las consultas están hechas para ellas: las sillas son demasiado pequeñas para la gente gorda y tienen reposabrazos. Hasta me hicieron rellenar un cuestionario en el que me preguntaban si me sentía gorda. Yo pensé: lo estoy, estar gorda no es un sentimiento.

Liza door Tatjana Almuli

Liza. Foto de la autora

Liza (27 años):

Cuando era más joven, había periodos en los que no comía, hacía demasiado ejercicio o comía en exceso. Cuando comencé a ir a terapia en una clínica especial para gente con trastornos alimentarios hace un par de años, me diagnosticaron un trastorno por atracones. Pero ese no era exactamente mi caso, porque no solo comía en exceso. Había veces que no comía nada.

Cuando lo dejé con mi pareja y perdí mucho peso, los médicos empezaron a pensar que quizás había un problema diferente. Finalmente, me diagnosticaron una anorexia atípica, que quiere decir que cumples todos los requisitos para tener anorexia, excepto tener un peso más bajo de lo normal. Pero resulta que los comportamientos tan destructivos y dañinos que tenía, como dejar de comer o ejercitar en exceso, son el tipo de cosas que normalmente recomendamos a la gente gorda.

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Los terapeutas nunca me preguntaron cómo me hacía sentir eso. Seis meses más tarde comencé con las terapias individuales y, por suerte, conecté con mi terapeuta en seguida.

Pero todavía había algunas dificultades. Me hacían pesarme una vez por semana, por ejemplo, como parte del programa. La idea era desarrollar una actitud más neutral hacia el número que aparece en la báscula, pero yo solo pensaba en ponerme a dieta. Mencioné varias veces que no quería pesarme, porque el efecto que tenía en mí era tan fuerte que se convirtió en un obstáculo muy grande. Me dijeron que las reglas estaban por algo.

Esto fue lo que finalmente me llevó a dejar la terapia antes de lo esperado. Pero también pensaba que me había recuperado. Cuando me fui, en la clínica me dijeron que estaban preocupados por mi salud, porque había engordado. Pero a mí me parecía lógico: por primera vez en años, había comenzado a comer de forma normal.

En una de las últimas sesiones, la terapeuta de repente comenzó a hablar de los riesgos de la obesidad, a pesar de que sabía lo detonante que era ese tema para mí. Estaba tan frustrada que esa sensación de seguridad y felicidad por haberme recuperado se esfumó por completo. Eso es lo que ocurre cuando se utiliza el mismo método que se utiliza con la gente delgada con todos los demás.

Katla door Tatjana Almuli

Katla. Foto de la autora

Katla (31 años):

Mi familia se mudó de París a los Países Bajos cuando yo tenía nueve años. Fue más o menos ahí cuando comencé a tener problemas con la comida y con la forma en la que me veía a mí misma y a mi cuerpo. Quizás tuvo que ver con el control, porque sentía que no encajaba en el nuevo colegio.

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Siendo adolescente, compraba comida en secreto, especialmente dulces, con el dinero que me daban. Cuando llegué a la pubertad, había periodos en los que apenas comía, pero nunca conseguía continuar. Con veinte años, empecé a tomar medicamentos y laxantes para reprimir el apetito. No me gustaba que la gente me viera comiendo, así que no solía comer mucho cuando iba a almorzar con mis amigos y me hinchaba cuando llegaba a casa. Mi peso corporal fluctuaba de manera considerable y siempre quise estar más delgada. Era un comportamiento destructivo.

Empecé a ir a terapia porque me sentía deprimida. Le comenté a mi terapeuta la relación obsesiva que tenía con la comida. Pensé que quizás tenía un trastorno alimentario. Me preguntó cuánto comía durante los atracones porque no pensaba que la cantidad fuera suficiente como para diagnosticarme un trastorno alimentario y recibir tratamiento.

Otros terapeutas tampoco me hicieron caso. Un psicólogo universitario me dijo que a mi edad debería centrarme en ponerme en forma y que, si iba al gimnasio, estaría bien.

Es como si el problema dependiera solo de la forma de tu cuerpo y mucha gente no me toma en serio porque no estoy demasiado gorda ni demasiado delgada.

Ahora, estoy en tratamiento por el síndrome de estar quemado y por una experiencia traumática, pero siguen sin prestar atención a mi problema con la comida. Mi cuerpo grita y pide ayuda porque sé que no puedo hacerlo yo sola.