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En Pie de la Cuesta: Después de la tormenta, el huracán de la gente

Había gente que daba dinero para poder pasar, había prioridad a familiares de los soldados y una desinformación innecesaria.

Seamos realistas: el porcentaje de personas precavidas que checan el meteorológico antes de ir alguna región es bajísimo. Por lo menos en nuestro grupo así lo fue. Nos valió pito eso cuando salimos con los amigos de la universidad a la playa, como miles más del centro lo hicieron este pasado puente feriado.

Arribamos a Pie de la Cuesta, a unos 25 minutos del centro de Acapulco, totalmente del otro lado de la Zona Diamante, cerca del mediodía del viernes 13 (yep) y el clima estaba bastante soportable. Si había sol nunca lo vimos, pero podías darte un chapuzón en el mar sin mayor bronca.

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Existía una leve llovizna, que fue creciendo de manera exponencial espantosamente. Para las seis de la tarde ya no podías estar afuera sin terminar empapado. El viento estaba pendejísimo y cualquier cosa que no estuviera enterrada en la playa corría el riesgo de volcarse o perderse en el mar.

Las olas adquirieron una ferocidad majestuosa que devastó la playa en menos de dos horas. Y así por cinco días seguidos.

El sentimiento era común: no sabíamos qué estaba pasando, no dejaba de llover, no sabíamos cuánto tiempo iba a estar así, pero ya estábamos aquí y no podíamos salir.

La incomunicación, gracias a que las redes telefónicas de Telcel y Telmex, se cayó y nos mantuvo en ese estado hasta la segunda noche que comenzamos a ver las noticias. Peor aún: que los amigos y familiares comenzaron a ver las noticias.

Las personas que tenemos Iusacell fuimos los héroes de cada grupo de amigos y/o de familias en estos días en Acapulco, jamás perdimos internet ni el servicio telefónico. En esos momentos empezamos a checar la información que venía de la Costera y de la Zona Diamante, en donde teníamos a un par de amigos. No sonaba bueno.

En Twitter comenzaron a circular fotos espantosas, como la del Costco de la zona, inundado y saqueado. Corrían rumores de que la laguna de la Diamante se había desbordado y que varios cocodrilos escaparon y se habían comido a un par de perros. Luego, un chavo confirmó que un cocodrilo había mordido a un perro.

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Un amigo que estaba en el Princess nos contó que les estaban cobrando la comida en más de 600 pesos, que no tenían luz, que no los dejaban cargar más que un celular por grupo y que estaba “PROHIBIDO” salir. ¿Cómo? Me sentí afortunado de estar acá en Pie de la Cuesta y no en la Zona Diamante.

Pero la preocupación de no saber qué nos iba a pasar, cómo nos íbamos a regresar, y cómo reaccionaríamos en una eventual emergencia comenzó a sustituir a la fiesta que teníamos.

Uno de los meseros del hotel regresó empapado porque la carretera que da acceso a la zona donde estábamos estaba debajo del cerro. Literal. Y justo vimos en las noticias que lo mismo le había pasado muchas a carreteras. Incluidas la federal y la Autopista del Sol.

Ahí fue cuando la banda que todavía estaba en el rélax total o que se estaba curando la cruda, de repente abrió los ojos ante el desmadre.

Nos dijeron que había suficiente agua y comida para varios días, lo cual nos reconfortó bastante, pero también empezamos a pensar en el dinero y su tendencia a desaparecer con rapidez.

Estamos muy cerca de la Base Aérea Número Siete del Ejército, caminando hacemos unos cinco minutos. Para ese momento la única manera de llegar o salir de Acapulco era por esa vía porque el aeropuerto estaba inundado e inaccesible. Justo es a donde llegó el Copetes.

El lunes 16 el ejército abrió un puente aéreo en dicha base para sacar a los turistas y damnificados. Fuimos en la mañana y había aproximadamente unas 130 personas. Reinaba la calma y el orden.

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Todos teníamos urgencia por regresar, ya sea por trabajo, o por familia, y al ver ese escenario nos confiamos de una manera irresponsable y tonta. Era como: “Bueno, tenemos la posibilidad de regresarnos en un avión del ejército, hay que platicarlo, tal vez en la noche…”

Al otro día eso se había convertido en un escenario apocalíptico. La fila para poder llegar a la entrada de la base era de más o menos dos kilómetros de gente: entre extranjeros de varias nacionalidades, personas humildes, gente de varo, muchísimos niños, gente que estaba en traje de baño porque de verdad ya no tenía nada más…

Dando vuelta a la calle, la fila de coches era de la misma extensión, y había camiones militares, turísticos, coches, taxis y el tráfico estaba cabrón.

En el cielo había al mismo tiempo unos 20 helicópteros de todos tamaños dando vueltas, esperando para recoger aún mas gente.

Un soldado me explicó que la pista de la base estaba siendo prestada para jets privados, los cuales podían aterrizar cuando los aviones militares estuvieran lejos del espacio aéreo. Obviamente la gente que abordaba esos aviones no era gente ni remotamente humilde, lo cual provocó un descontento en los que estaban en la fila a los cuales jamás se les comunicó lo que yo sabía. Independientemente de eso, había gente que daba dinero para poder pasar, había prioridad a familiares de los soldados y una desinformación innecesaria.

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Para la noche la situación no había cambiado, de hecho la oscuridad hizo que empeoraran las condiciones y los ánimos.

Hubo gente que estuvo formada más de 14 horas, con bebés, maletas y que no había avanzado ni un metro. Los camiones y helicópteros seguían llegando con más gente que parecía abordar aviones; el descontento se estaba volviendo peligroso.

Aún así, el ejército parecía no tener comunicación con la Policía Federal. Llegamos a lo que parecía ser el final de la fila, y un policía nos dijo que ya no nos podíamos formar. La gente que seguía llegando se organizó, en un cuaderno estaban anotando sus nombres y el número de personas que pretendían viajar. Lo que era un hecho, era que no podían viajar con más de una maleta por persona y tendrían que hacerlo sin animales.

Más adelante, los soldados nos dijeron que no le hiciéramos caso al policía y que nos formáramos.

Estaban regalando agua, y una señora vendía rebanadas de pizza a 15 pesos.

Un general o algún mando del ejército estaba dando indicaciones a la gente, que cada vez estaba más encabronada. Se les había dicho algunas horas antes que en un Hércules caben 270 personas, y él salió a decirles que no, que la chingadera se había encogido de repente y que sólo entraban 90.

Aproximadamente a las diez de la noche había ido una delegada o algo así del gobierno de Guerrero, seguida por camionetas de Televisa, TV Azteca y Telemundo que la entrevistaron dando un panorama muy amigable.

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Si eso había desesperado a la gente, el hecho de que llegaran camiones con "güeros" con un chingo de maletas y perros, y que se subieran a aviones empeoró todo.

Un señor de dos metros que un día antes vi dando indicaciones como la encarnación de la tranquilidad, se había convertido en un ogro que le gritaba a la gente y que les decía que se regresaran a sus hoteles.

En algún punto, la misma gente que ya estaba súper agresiva nos prohibió el paso, dijeron —aquí no pasa nadie más— y pusieron una especie de valla con maletas y cuerdas. Les expliqué que solamente estaba recopilando información y les valió madres. De verdad los entiendo perfectamente, ellos se encontraban en ese punto en el que eres devorado por los mosquitos y tu presencia física no sirve de nada para apartar un lugar en una fila; odias al mundo. Los camiones de la Zona Diamante y la Costera seguían llegando.

Lo que me causó muchísimo conflicto fue que nunca se les explicara que ellos también llevaban unas 20 horas esperando llegar a la base.

Los vuelos se detuvieron porque continuaba lloviendo en el camino hacia el Distrito Federal, y mucha gente decidió regresar a sus hoteles o buscar quedarse una noche con locales.

En algún punto un grupo de gente estaba reclamando algo a los soldados y uno de ellos me prohibió estar ahí porque se dieron cuenta de que estaba grabando; nos amenazaron con llevarnos con la policía y nos tuvimos que marcharnos. Más o menos una hora después comenzó a llover de nuevo y mucha gente prefirió irse.

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Esto aún no termina. Aquí sigo. El regreso será otra aventura, la autopista tiene deslaves, se derrumbó un túnel, seguramente habrá un tráfico insufrible… Pero sabemos que hay gente que la pasó muchísimo peor.

Por ellos y por todo lo que sufrieron, yo no me quejo de nada.

Armando Ho es diseñador gráfico e ilustrador.

@armandho

dah_ho en instagram

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