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Por qué ya no hago clic en lo que se supone que tengo que hacer clic

Lo único que tenemos en internet es el valor de nuestro propio "click", valorémoslo como es debido.
Chica laptop
Foto vía Flickr | CC BY 2.0

Ese tipo que viste muy elegante y dice cosas como “yo es que los Gin Tonics solo me los tomo en copa de balón” pero luego vas a su casa y descubres que vive en un cuchitril y que tiene uno de esos cuadros del IKEA con una foto del puente de Brooklyn y en la nevera solo tiene packs gigantes de frankfurts del Mercadona y de hecho te cuenta entre sollozos que está arruinado y que lleva tres días con los mismos gayumbos. Un tipo lleno de contradicciones, ¿sabéis? Pues de la misma forma que ese tipo, todos nosotros nos preocupamos mucho por cómo vestir, qué comer y dónde meter nuestros genitales, pero luego en internet nos comportamos como unos auténticos palurdos.

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No, no palurdos, pero sí como si nos la sudara todo; totalmente inconscientes, digamos. Como esa persona que se fuma dos paquetes de Marlboro al día o como esa otra que nunca se pone el cinturón cuando va en coche por mucho que le digan “tío, joder, ponte el cinturón que nos va a parar la poli por favor” y el tío sigue sin ponérselo porque dice que le “molesta” y que si la poli los para le pondrán la multa a él y no al conductor pero el tipo no es consciente de que con un leve choque podría salir despedido y atravesar con su cuerpo el parabrisas y reventarse la cabeza contra la parte trasera de una furgoneta. Me refiero a este nivel de inconsciencia.

En internet cuidamos mucho nuestra imagen y comisionamos nuestros Instagrams como si fueran algo importante y no solo un simple álbum de fotos —que es lo que es—; cuidamos nuestros tuits y nuestras fotos de perfil más que a nuestras madres. Pero no me refiero a esto. Con lo de la inconsciencia me refiero a cómo navegamos, a cómo nos movemos por el río de contenido de internet, que es precisamente lo más importante: las acciones y los gestos. Lo que abrimos y lo que no abrimos, los territorios digitales por donde transitamos o los que ignoramos; lo que dejamos que lleve nuestra huella para siempre o todo eso a lo que se la negamos.

Tenemos que ser conscientes de que las acciones que realizamos en internet —sobre todo esas que realizamos como por inercia— afectan positiva o negativamente a otras personas o ideas. A diferencia de la televisión o la radio —donde las historias se nos derraman sin control—, internet requiere una acción mínima para acceder al contenido, ese click inocente. Sin esta acción —el click—, nada existe y la puerta se quedará cerrada y el contenido permanecerá oculto. Este acto es el que menospreciamos constantemente.

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Tenemos que aprender a respetar nuestro propio click, el ejercicio de cederlo a un contenido tendría que ser algo mucho más complejo. A veces nos sentimos casi obligados a visualizar ese vídeo del que todo el mundo habla o a darle like al tuit brillante de ese tipo, cuando, justamente, es al revés, no tenemos que perseguir el vídeo, el vídeo nos tiene que perseguir a nosotros. Darle un click o no darle un click a un enlace es nuestro mayor poder. Por defecto vemos lo último de Rosalía, leemos esa noticia en El País o escuchamos el nuevo tema de Nacho Vegas en Spotify, todo sin plantearnos si realmente queremos darle una visita o no a esta peña y lo que esto significa. Nuestra presencia quedará vinculada permanentemente a ese contenido, proporcionando a ese artista o a ese medio las armas necesarias para sacarle un rédito económico. No debemos menospreciamos el click cuando en internet es lo único que tenemos.

Una visita inocente a un vídeo ayudará económicamente a un artista que quizás no nos representa para nada. Estos clicks se convertirán en un número que luego ese artista o esa página venderá a unos anunciantes que se sentirán atraídos por ese flujo de visitantes. De ahí saldrán campañas, colaboraciones con marcas enormes que no tienen nada que ver con nosotros ni nuestra forma de entender la vida. Una vez cedida nuestra visita, no podremos extirparla nunca más, negársela de nuevo a ese contenido, por eso el gesto más importante es el primero, ese en el que debemos decidir si acceder o no a un contenido. Ver lo último de C. Tangana —o de quién sea— “porque es lo que toca” es una acción totalmente inconsciente. No debemos ceder ante modas porque esto solo hace que consolidemos personalidades y formas de proceder que no tienen por qué ir de la mano con nuestra forma de pensar. La facilidad de acceso a la información ha hecho que menospreciemos nuestra propia presencia en la red pero tenemos que empezar a decir "yo a esto no le voy a dar mi click".

No somos conscientes del poder que tenemos. Nuestras máximas debilidades son, al final, nuestras mayores armas. Al final todo se basa en valorar el verbo “consumir”. Sufrimos porque en esta sociedad orquestada como un supermercado sentimos la necesidad de consumirlo todo y sufrimos al evidenciar que es difícil acceder a todos esos bienes que se nos venden, y ese es el gran engaño. El truco consiste en, precisamente, dejar de consumir, ser más selectivos con las empresas a las que damos nuestro dinero.

En fin, tenemos que aprender a valorar nuestros clicks de la misma forma que valoramos otros aspectos de nuestra vida. Puede parecer extraño decir esto desde esta plataforma —VICE—, que en parte vivimos precisamente de estos clicks, pero estaría bien que la próxima vez que vayas a mirar un vídeo o abrir un artículo, te plantees si realmente quieres ver o leer eso.

Sigue a Pol en @rodellaroficial.

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