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vino azul

Me pasé un día bebiendo el polémico vino azul

Desayuné churros con vino y lo bebí en un museo, entre otras cosas.
Fotos por el autor

Me imagino ese cándido agricultor hace miles de años cultivando sus fértiles tierras en algún remoto lugar. Se pasó una mañana recogiendo uvas, las machacó para obtener un suculento mosto y, sin querer, las dejó fermentar en una tinaja. Ese involuntario incidente dio lugar a un nuevo brebaje conocido por todos nosotros como vino. Cinco milenios después, desde el norte de España, ha llegado la ruptura que unos jóvenes vascos iniciaron en 2015: el tan polémico vino azul.

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Desde que Gik Live —así es como se llama el caldo— saliera al mercado, ha cosechado un sinfín de alabanzas y críticas. Por un lado, tenemos al público joven que ha visto en esta novedosa bebida cian una excusa perfecta para sucumbir a su sabor y al postureo. La otra vertiente está bastante distanciada de su aceptación. Tras exportar el vino azul a 25 países y poner patas arriba un sector que presume de tradición, la industria vinícola les denunció a principios de año consiguiendo una sanción administrativa para que no pudieran considerarse vino dentro de las 17 categorías existentes.

En este punto estamos. Ha pasado algún mes que otro y un amigo me dio el contacto de uno de los creadores del "vino azul" —entrecomillado por la sanción administrativa—. Como no lo había probado, era la excusa perfecta para experimentar en primera persona la especie de brujería que tanto teme la susodicha industria vinícola. Les escribí, me mandaron unas botellas junto a consejos de ingesta y procedí al experimento.

Durante un día me iba a hidratar, única y exclusivamente, con "vino azul".

Desayunando porras, 9:00 horas

Un soleado sábado de principios de noviembre amanece entre mi pijama de Batman y un buen puñado de legañas. Me aseo en el baño, me dirijo a la cocina y cojo mi taza favorita del genio de Aladdín. Abro la nevera para agarrar la leche y veo las botellas azules de "vino" mirándome fijamente. Joder, sigo dormido y la impasible rutina me ha despistado.

Como me toca beber el brebaje de 11,5º de volumen de alcohol en ayunas, decido vestirme y bajar un momento a la panadería de enfrente a por algún dulce que me ayude a bajar por mi esófago el "vino". Los fines de semana tienen churros recién hechos, así que me cojo un cuarto de kilo de porras con azúcar y me subo a casa como si la pata de mono de W.W. Jacobs me hubiera concedido uno de mis deseos. Me siento satisfecho, aunque temeroso ante lo que podría suceder.

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Seguramente es el desayuno más raro que he comido nunca

Abro la primera botella y pongo la mesa. Me sirvo el "vino" en una copa de cava y empiezo a devorar la porra. Es dulce, muy dulce, y un poco fuerte para tomar en ayunas —el "vino"—, pero está rico. Doy un bocado al churro y un trago a la copa invocando el espíritu de Courtney Love, y a la que me doy cuenta me relleno el segundo vaso. Esto promete.

A beber al Zara, 10:30 horas

Nos vamos de excursión

Un colega me escribe para ir a La Maquinista, ese megacentro comercial de Barcelona donde la gente va a pasar el día sin ningún tipo de cometido. ¿Cómo me llevo el "vino" sin sacar la botella y dar el cante? Después de pensar todo tipo de recipientes, cojo el bidón de agua del gimnasio y lo relleno de tan portentoso líquido añil. Como siempre voy con mochila, lo puedo llevar conmigo allí donde vaya sin que se note.

Damos un par de vueltas y terminamos en la terraza de una de esas cadenas que ofrecen un cubo de botellines de cerveza por 4 €. Mi amigo se abre el primero y yo saco la cantimplora. Me siento como esa gente que lleva consigo todo el día su té purgatorio para eliminar las toxinas de años de dejadez. Acabáramos.

Sorbo para arriba y sorbo para abajo. Alrededor de una hora de cháchara abriendo botellines y bebiendo del bidón en una charla amena de fin de semana, hasta que se terminaron las bebidas hechas de lúpulo y mosto, respectivamente. Cual tía abuela en una comunión, piripi me hallo.

Vermut y primeros mareos, 13:00 horas

Vuelvo a casa y decido pegarme un homenaje porque la ocasión lo requiere. Abro una lata de berberechos del Lidl, unas aceitunas rellenas de anchoa y me pongo en la terraza esperando que me cubra un cálido manto de rayos de sol, para disfrutar de la compañía sosegada de otra copita de "vino azul". Ya he abierto la segunda botella.

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Ensalada para limpiar, 15:00 horas

Ahora me hago el sano pero he terminado la segunda botella

Vaya día. No he parado de comer y beber y vuelvo a rellenar la cantimplora para la tarde. En un alarde de autocuidado, me preparo una ensalada con los restos de la nevera a ver si así ayudo a mi cuerpo a que siga asimilando sin susto alguno todo el "vino" que pueda. Esta situación me recuerda al San Fermín de hace algunos años.

Moderno al cuadrado, 16:30 horas

No sé si es el ímpetu exacerbado por llevar la contraria o qué, pero decido ir a Palo Alto Market —mercadillo vintage— para que al menos uno de los asistentes sabotee su modelo de negocio. Lejos de pagar 3 € por una caña o un vermut, recargo de nuevo la cantimplora y pongo rumbo hacia el paraíso de los food trucks.

El "vino azul" se supone que es una bebida más trend que las que ofrecen allí. Se ha hecho muy popular entre jóvenes en New York y otras ciudades cosmopolitas, así que hidrato mi gaznate sin que los tipos de bigote y camisa de cuadros que customizan ukeleles antiguos sepan de mi acto canallesco. Jordi 1 – Palo Alto 0.

La taja era ya evidente

Me paseo por el recinto con una actitud jacarandosa fruto de los 2 litros que aproximadamente llevaré ingeridos y voy dando sorbos al bidón entre orfebrería artesana, gafas retro a lo Barbara de Stranger Things y puestos de calcetines con dibujitos al módico precio de 30 €. Le doy un buen buche de incredulidad al "vino" justo antes de claudicar ante un hecho inesperado.

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En este tipo de sitios encuentras las tendencias gastronómicas a precio de marfil. Entré con una actitud estoica, pero me he topado con un dulce nostálgico que me doblega hasta la capitulación. Decido desembolsar 3 € por un doroyaki artesanal relleno de chocolate, ese dulce que todos conocemos por Doraemon pero que no se puso de moda su comercialización en España hasta hace bien poco. Joder, he claudicado ante el embate de un tendero. Jordi 1 – Palo Alto 1.

Warhol etílico, 18:30 horas

Mucha comida y paseíto, pero todavía no he puesto a prueba mi mente. Decido ir a una exposición sobre el arte mecánico de Andy Warhol a ver si ingiriendo más "vino" entre sus obras, me invade el espíritu del artista pop y termino creando un par de serigrafías que me saquen del proletariado.

No lo probéis en casa

Tomato Soup, Allen Ginsberg, la portada de Time con Michael Jackson y más referentes hacen que me entre sed. Saco el bidón y le doy un soberano trago como si fuera un botijo frente a un mural de Marilyn Monroe, con la mala suerte que la guía de sala me pilló en plena faena. "¡No se puede beber!", me dice con desdén. Si supieras, pienso. Me disculpo dejando un rastro ebrio fruto de mi aliento y visito lo que me queda de museo con la cantimplora en la mano.

La traca final, 21:30 horas

Llego a casa bastante estable. Llevo 12 horas bebiendo poco a poco y mi cuerpo me está respetando más que bien. Me imagino que no estoy bailando la "Macarena" porque no he concentrado la ingesta en un par o tres de horas, que es lo que suelo hacer con mis colegas descerebrados.

Toca cenar y tengo la barriga algo revuelta. Abro la tercera botella, me pongo una serie y me siento en el sofá con mi copa de vino. Me bebo tres copas sin darme cuenta en lo que dura un capítulo de Big Little Lies y la taja sube hasta que pienso que lo mejor será cenar algo. No se me ocurre nada más oportuno que volver a retar mi estómago con el manjar de los dioses modernos: una suculenta pizza.

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Al cabo de unos minutos llama el repartidor. Finjo estar completamente sereno mientras le doy el dinero y se me escapa un "gracias" sin pronunciar la "r" evidenciando que mi estado no es el más adecuado. Cierro la puerta y miro el reloj y hago cuentas del rato que queda para que lleguen las 00:00 de la noche. El reto pasa factura.

No sé cómo he podido comer tanto

Qué rica la pizza. Es como cuando espero que Sáenz de Santamaría suelte evasivas frente a la corrupción del PP: nunca falla. Es sábado por la noche y debería salir, pero el plan se va a truncar porque estoy en un estado entre empanado y chisposo. Noche de series y poco más.

Son las 23:59 horas y me queda el culo de la tercera botella. Le doy el último trago mientras el reloj marca medianoche y exhalo un suspiro de orgullo algo sosegado. He cumplido el desafío y seguro que algún que otro carca del vino tradicional se estará tirando de los pelos.

Cuando abrí la tercera botella antes de la cena

He sometido a prueba el "vino azul" durante muchas horas y puedo sacar varias conclusiones al respecto. La primera es que sí que es cierto que su sabor dista de un vino blanco al uso, sería algo más como si comparamos un vino de aguja con un moscato, por ejemplo. Es como otra categoría que se queda fuera de las 17 existentes.

La segunda es que la reprimenda de la industria enóloga que terminó en sanción administrativa es más una rabieta ante una propuesta fresca y novedosa de éxito que otra cosa. Gik Live es vino, con el agravante o aliciente de su hipnótico color. El regusto que deja, el sabor dulce, la taja que te invade a partir de la tercera o cuarta copa, la resaquilla al día siguiente. Todas las sensaciones son las mismas que con un vino, así que no me cuenten milongas.

Por último, quedaría hacer el sacrilegio definitivo typical spanish: mezclarlo con cola o gaseosa para beberlo en la sobremesa o en alguna fiesta popular, quién sabe. Es un aliciente más para hacer el próximo reto con este VINO, le pese a quien le pese.