Artículo publicado por VICE México.Los romances entre compañeros de oficina y las relaciones sexuales entre maestros y alumnos universitarios, a pesar de sonar como algo fantasioso, suceden con mayor frecuencia de lo que imaginamos.Es precisamente sobre los idilios del segundo grupo que pesa un tabú, consecuencia de la imagen mental que tenemos de algunas personas, particularmente ésa en la que los maestros son herederos de los sacerdotes, obligados a representarse como respetables guardianes del conocimiento y firmes defensores de las conductas moralmente aceptadas.
Publicidad
Para desmitificar las relaciones y la forma en que pueden suceder estos encuentros, algunos docentes y alumnos explican y recuerdan cómo vencieron el tabú que reprueba que dos adultos abandonen el aula y socialicen en la cama.
Comencé a dar clases de comunicación gráfica en una universidad cuando terminé una relación de tres años. Estaba triste y quería distraerme, es decir, me quería coger al primero que pasara, más por soledad que por otra cosa. Un alumno de 22 años, seis menos que yo, me comenzó a mirar de manera lasciva y retadora. No era feo y tenía cuerpo tosco, me recordaba a Pedro Armendáriz en El Bruto, de Luis Buñuel. Imaginaba que bailábamos abrazados y me sometía entre sus brazos, me gustaba esa fantasía.Una tarde que andaba caliente le pedí a todos los del grupo que me agregaran a Facebook para poder hacer un grupo y dejarles lecturas y tareas. Buscaba un pretexto para comunicarme con mi alumno. Dos días después pasó lo que esperaba, el tipo se comunicó conmigo y me hizo algunas preguntas sobre fotografía por mensaje, era evidente que no tenía nada que preguntar pero quería estar en contacto, eso me calentó más. Le correspondí preguntándole si sabía quién podría instalarme una estufa y él se ofreció, nuevamente, como lo esperaba. Fue a mi casa un domingo. En cuanto nos vimos fue claro que hervíamos. Le ofrecí una cerveza, miró la estufa sin interés y se tomó la cerveza. Terminamos rodando sobre el sillón.
Gabriela
Publicidad
A partir de ahí comenzamos a coger un día a la semana, regularmente los domingos ya que son donde me siento más sola y aburrida. Lo malo fue que pasó lo que no quería, se ilusionó y se puso loco cuando no quise tener una relación formal con él. Dejó de ir a clase. Sentí lástima y le escribí para decirle que si ahora sí me instalaba la estufa, veríamos lo de sus constantes faltas. Hizo la instalación, cogimos y jamás volví a verlo. Creo que de otra manera no habría pasado la materia porque era un pésimo estudiante. Le puse ocho de calificación.
No lo reconocí cuando me saludó de manera efusiva frente al barril de cerveza de la fiesta de su universidad. Me dio un abrazo y me recordó su nombre mientras yo pensaba que los jóvenes son como lobeznos trespeleques con cara de haber comprado ántrax en la deep web y estar esperando cualquier afrenta pendeja para soltarlo en clase. Durante la fiesta, a la que había sido invitado por uno de sus maestros, estuvo insistente. Trataba de escabullirme pero él conseguía alcanzarme esquivando la bolita de profesores con quienes me encontraba departiendo.Con las horas me puse muy borracho, tanto que le pedí que me acompañara al baño. Lo hizo y sin que lo esperara me tomó del cuello y me dio un largo beso recargándome en la puerta del baño. Dijo que nadie lo había tratado como yo cuando fui su maestro años atrás. Que los maestros hacen bullying cuando alguien es como él y que estuvo muy triste, por mucho tiempo, cuando me fui de esa escuela para dedicarme a conducir un programa de radio. Ahora solamente recuerdo que en la mañana, sobre la cama, me tuvo que recordar, de nuevo, su nombre.
Ricardo
Publicidad
Lorena
Salimos un par de veces más, pero me di cuenta de que el pobre se había enamorado de mí, a pesar de tener 31 años —nueve más que yo— y aunque parecía un cabrón con las mujeres, por dentro era un tierno osito. Dejé de ir a clases y le confesé que tenía novio. Se molestó. Como no sabía si me reprobaría, un día, al final del semestre, le hablé y le pedí que pasara por mí al trabajo ya que tenía ganas de platicar con él. Fuimos a su casa, comimos y luego cogimos durante horas. En realidad solamente quería cerciorarme de pasar la materia. En agradecimiento lo dejé que me cogiera sin condón y me tomé la pastilla del día siguiente. Mis amigas siempre me piden que cuente la anécdota de cómo pasé una materia acostándome con el maestro que siempre parecía estar crudo.
Publicidad
Julián
Publicidad