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Te contamos la historia de las argentinas que le ganaron 4 a 1 a Inglaterra, 15 años antes de que Maradona lo lograra

Fueron casi 50 años de invisibilización de un equipo que hizo historia.
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Artículo publicado por VICE Argentina

Betty García le pega el grito a Elba Selva. Quiere cambiar la estrategia. La 9 le pide a la 10 que intercambien posiciones. Van 5 minutos de partido en el estadio Azteca y el Mundial de fútbol femenino de 1971 es testigo de un clásico, un Argentina-Inglaterra, de mujeres. Desde las tribunas, el grito de Betty no se escucha. Es lógico: hay 110 mil personas que aplauden, cantan y arengan a estas mujeres.

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García quiere bajar en la cancha y ser ella la generadora de juego. Argentina viene de perder con México 3 a 1 en el debut y necesita ganar para seguir con vida. Se trata del segundo Mundial femenino de la historia: en 1970, un año antes, Dinamarca había sido campeona en su casa. Dinamarca está acá otra vez: hay seis equipos. El cuadro lo completan Italia y Francia.
Pero ahora, con el cambio táctico de las delanteras, Argentina va a dar el golpe ante Inglaterra.


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Al principio de esta historia —de su propia historia—, ellas jugaban solas. Cuando era chica, Elba Selva pateaba en su casa con su papá. Hasta que una amiga, Eva Lembesis —que en el Mundial de México sería la número 8 de la Selección— la invitó a que se sumara a un grupo de chicas que también jugaban.

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Betty García pateaba en el patio de su casa, con su hermano. Hasta que una vecina la acercó a un equipo de mujeres. Marta Soler, que sería la 1 en el Mundial, es arquera casi desde que nació. Jugaba con su papá, a quien tenía que atajarle los pelotazos abajo de los tres palos, en el jardín de su hogar. En aquellos partidos uno contra una, ella también tenía que hacer goles, así que se transformaría en una arquera completa: buena con las manos, buena con los pies.

Hubo un día en que Marta también se dio cuenta de que había mujeres futbolistas: El día que asistió a una prueba para formar parte de un equipo femenino. Había robado el dato de una publicidad que salió en la televisión. Iría al Mundial con 17 años cumplidos.

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Aquel 21 de agosto de 1971 Argentina salió a la cancha con Soler, Teresa Suárez, Angélica Cardozo, Ofelia Feito y Zulma Gómez, Zunilda Troncoso, Virginia Andrada, Lembesis, García, Selva y Blanca Brucoli. El esquema era ambicioso: un 4-2-4, la propuesta de un fútbol total que volvía loca a la hinchada. En las gradas cantaban:

Argentina juega
Argentina gana
Argentina hace
Lo que se le da la gana

Inglaterra ya era un clásico: La historia de los partidos de varones ponían al partido en ese lugar. Antonio Ubaldo Rattin había sido expulsado en un juego contra los ingleses, en el estadio de Wembley durante el Mundial ‘66. Cuando salía de la cancha se sentó en la alfombra roja del palco de la Reina. Y además estrujó la banderita del corner, que tenía la insignia británica. Vaya osadía. Pero además estaba la Historia: La ocupación británica de las Islas Malvinas data de 1833. Algo de todo eso se ponía en juego: Las argentinas querían llevarse el triunfo.


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El primer gol llegaría un minuto después de que Betty y Elba cambiaran posiciones en la cancha. Una media chilena de García, la 9, terminó en un pase para Elba, que anotó el primero. El partido, igualmente, era peleado. A los 13 Inglaterra empató con un tanto de Burton, pero no pudo sostener la igualdad. Sobre los 30 de esa primera parte, Selva —ensimismada en su nueva ubicación de centrodelantera— aprovechó un mal rechazo de la defensora Carol Wilson y volvió a poner arriba a Argentina.

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Ese 2 a 1 fue un click. Las centrales Cardozo y Feito empezaron a tener poco trabajo. Teresa Suárez, una futbolista de 20 años por entonces, metió subidas por el lateral derecho. Zunilda Troncoso, volante central con pausa y lujos, se hizo dueña del centro del campo de juego. El ataque se transformó en espectáculo. Las cuatro de arriba tuvieron su tarde.

A los 34, Blanca Brucoli —Blanquita, como le dicen sus compañeras en la actualidad— se metió en el área con pelota dominada. La bajaron con falta. Elba Selva pateó el penal. Fue gol. El cuarto gol llegaría en la segunda etapa: Selva aprovechó una mala salida de la arquera y cerró el partido.
Argentina se transformó así en la primera Selección en vencer a Inglaterra en un Mundial. Tendrían que pasar 15 años para que Diego Maradona apareciera, justo en el mismo escenario que estas mujeres, para inventar la Mano de Dios y el Gol del Siglo. Para hacer dos goles menos que Elba Selva.


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Es 23 de abril de 2019 y en el Senado de la Nación Julio Catalán Magni, presidente de la Comisión de Deporte, y Norma Durango, titular de la Banca de la Mujer, reconocen aquella epopeya. Han pasado 48 años: Es el tiempo que estas mujeres futbolistas estuvieron invisibilizadas.

Le preguntan a Eva Lembesis —que hoy tiene 77 años y contaba 29 en aquel campeonato— qué es hoy el fútbol para ella. “Todo —dice y se ríe—. Yo soy soltera. No tuve novio ni novia. El fútbol es tanto para mí que yo me casé con el fútbol”. Lembesis agrega que envidia a las jugadoras que disputarán el Mundial de Francia, en junio de este año: “Extraño jugar, no sabés cuánto extraño”, cuenta con nostalgia. Betty, subcapitana de aquella Selección, agradece: “Es muy lindo que ahora se den cuenta la historia que hicimos. Y es una lástima que algunas de nuestras compañeras ya no estén para verlo”. Tiene razón: Esta reparación histórica de la actualidad, en la que se cuentan homenajes de la Asociación del Fútbol Argentino y de la Legislatura porteña, es algo que ocho jugadoras de aquel Mundial no pudieron ver. Murieron antes de esta reivindicación.

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Aquella Selección fue al Mundial sin botines, sin camiseta, sin director técnico, sin un solo peso. La organización les regaló botines no bien pisaron México. Salieron al primer partido casi sin usarlos. Después de Inglaterra perdieron contra Dinamarca, que saldría campeón, por 5 a 0. Y cayeron ante Italia por 4 a 0, en el encuentro por el tercer puesto.

Se las rebuscaron. Marta Soler, la arquera, cantó boleros y tangos en el Rincón Gaucho, un restaurante de un argentino que quedaba al lado del hotel donde se hospedaban. Algunas jugadoras vendieron las fotos del equipo autografiadas para juntar unos pesos.Eran ídolas en aquel momento: cuentan que la gente iba al lobby del hotel para pedirles autógrafos.
Cuando volvieron a Argentina, 40 días después de iniciar aquel sueño, no había nadie en el aeropuerto esperándolas.

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En la actualidad, Elba Selva, la autora de los cuatro goles, sigue haciendo jueguitos. Su magia está intacta: Es zurda pero también le pega a la pelota con la derecha. Y no se le cae: La sostiene en el aire, le da de taquito, de cabeza, de pecho. Tiene 74 años. Además practica vóley, baila folklore y también murga en un club de General Rodríguez, en el Oeste del Gran Buenos Aires. Es la única de aquel equipo que fue madre: Tiene dos hijos varones que viven en el exterior. Y una nieta que, cuenta, sube a Facebook que su abuela fue —es— una crack.

Teresa Suárez y Angélica Cardozo —la 4 y la 2, la capitana de aquel equipo— disfrutan su jubilación. Teresa es hincha de Vélez y el club la invita a algunas actividades. Cuando va a charlas repite una y otra vez la importancia de que las futbolistas de la actualidad reciban el apoyo que ellas no tuvieron. Dice que esa es su tarea: Contar la historia y darles fuerzas a las “chicas del futuro”. Angélica, que en la actualidad tiene 70 años, se emociona: La conmueve el reconocimiento después de tantos años. Jugó aquel torneo con 21.

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Virginia Andrada tenía 27 años cuando jugó aquel Mundial. Ahora vive en La Rioja, su provincia natal. Desde allá cuenta que todo este movimiento del fútbol femenino la alegra: “Después de tantos años de lucha, de una pelea que incluyó mucho sufrimiento y discriminación, esto es increíble”.

Eva Lembesis vive en González Catán con su perra. Practica yoga y conserva con amor los recortes de diarios de aquellos días. Guardó todo: La camiseta que usó en el Mundial y también unos pines. Uno es una banderita de México. El otro es Xochitl, la mascota de aquel torneo: Una joven futbolista vestida con los colores de su país.

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Marta Soler vive en el Delta del Tigre y juega paleta criolla. También canta tangos, lo sigue haciendo. En su casa los recuerdos tienen forma de recortes de diarios y cuadritos de aquel equipo. “A nosotras en aquel momento no nos importaba que nos dijeran que fuéramos a lavar los platos. Porque nosotras jugábamos porque amábamos el deporte. Y eso no nos lo quitaba nadie”, dice. Blanquita Brucoli vive con Carmen, su hermana, en Garín, en el noroeste del Gran Buenos Aires. Carmen estuvo por viajar al Mundial: No lo hizo porque quedó embarazada justo antes de que empiece el torneo. Ahora acompaña a su hermana a todos los reconocimientos.

Blanca usa audífono y es la más graciosa de las Mundialistas. Dice que todavía patea con su zurda porque la derecha la tiene “sólo para caminar”. Cuando le preguntan qué piensa de los que afirman que el fútbol era un juego de varones, responde: “Paaaa! Dejensé de joder, nosotras jugábamos mejor”. Actualmente reparte en su bicicleta productos de limpieza por su barrio.

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Betty García, la 9, es desde hace un año directora técnica de un equipo de fútbol 5 que se llama Norita Fútbol Club en homenaje a Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Cuenta que estas chicas —un grupo de jugadoras de entre 25 y 42 años— la devolvieron al deporte después de casi 30 años alejada de las canchas. García, de 77 años, toma clases de tejido y juega al burako con sus amigas en sus tiempos libres. “Nosotras jugábamos por lo que sentíamos por el fútbol, no para hacernos ricas. Con tal de jugar íbamos a cualquier lado”, cuenta.

Cuando se disputó aquel Mundial fabricaba guantes industriales junto con Marta Soler. Hoy sigue mirando el fútbol con la misma lucidez táctica con la que movió engranajes para concretar la hazaña contra Inglaterra. Una epopeya que arrancó con un grito: “¡Vení Elba, subí vos que yo bajo!”.

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