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Miedo y solidaridad en la marcha más grande en la historia de Francia

A la marcha asistieron cerca de 2 millones de personas, aunque el Ministerio del Interior de Francia señaló que ira imposible dar una cifra exacta porque eran demasiados manifestantes.
Fotos por Etienne Rouillon y John Beck

Este domingo en la mañana se llevó a cabo la marcha de solidaridad en París. Las oficinas del Charlie Hebdo estaban rodeadas de flores. Se dibujaron caricaturas como tributo. "París siempre será París", se leía en un cartel. Había puños levantados sosteniendo plumas. Un anciano estaba cubierto de pies a cabeza con letreros que decían "Je Suis Charlie" (Yo soy Charlie).

Acompañé al equipo de filmación de VICE News y Luc Hermann, productor ejecutivo de la empresa de documentales Premieres Lignes, nos contó sobre lo que ocurrió el día de la masacre. Las oficinas de Premieres Lignes están a cuatro metros de las de Charlie Hebdo. Los compañeros de Hermann fueron los primeros en llegar a la escena del crimen. Dijeron que había mucho humo y sangre. Cuidaron a los heridos y buscaron sobrevivientes. Después de la balacera, los primeros en llegar a la escena del crimen sólo pudieron dar pocas entrevistas por la conmoción, pero ahora ya podían hacerlo.

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Hermann dijo que su equipo estaba muy nervioso cuando Charlie Hebdo se mudó al mismo edificio. Sabían sobre las bombas que habían lanzado a las anteriores oficinas de Charlie. Sin embargo, cuando vieron a las patrullas encargadas de protegerlos estacionadas afuera de sus oficinas, dejaron de preocuparse e hicieron bromas sobre el tema con el equipo de la revista. No sólo era su forma de lidiar con el miedo, también era su forma de vivir. Hermann tenía la esperanza de trabajar junto a Charlie Hebdo en algunos proyectos.

Cuando identificaron a Cherif Kouachi y a su hermano mayor Said como los hombres armados, Hermann se dio cuenta de que los conocía. En 2005, Hermann investigó al grupo terrorista Buttes-Chaumont, del cual Cherif era miembro. El grupo envió al joven francés a campos de entrenamiento afiliados a al Qaeda. Aunque Hermann recordaba a Cherif como un chico desorientado al que le gustaba fumar y tomar, no como un soldado devoto. Para Hermann, Cherif estaba decepcionado de la sociedad francesa, producto de una vida de pobreza en el distrito 19 de París.

Llegué a París el viernes, dos días antes de la marcha y dos días después de la masacre en Charlie Hebdo. En la región rural al norte de la capital, el paísaje parecía medieval. Los chapiteles de las iglesias apuntaban al cielo teñido de gris. Las casas estaban cubiertas por una capa de un gris más claro. En internet, la conmoción y el horror se transformaron en un debate ininteligible sobre la libertad de expresión que abarcaba todo, desde las publicaciones racistas de Charlie Hebdo hasta la hipocresía occidental al insinuar que el islam tiene la culpa de que haya gente que use un nombre en vano.

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En la calle se percibía un poco de temor y mucha emoción. El metro estaba más calmado de lo usual pero nunca dejaron de escucharse las sirenas. Una mujer de treinta y tantos con un bebé recién nacido en brazos me dijo que tenía mucho miedo de que lanzaran bombas a los manifestantes. Los empleados de la farmacia dijeron que les preocupaba que atacaran la estación del metro más cercana. Unos amigos que trabajan en una revista local confesaron que se salieron temprano del trabajo los dos últimos días. Los musulmanes franceses están temerosos de las represalias que puedan tomar los grupos de extrema derecha y este mapa de ataques anti musulmanes en Francia demuestra que sus temores tienen fundamento. Además del miedo, la sensación de fraternidad era evidente en todas estas personas que seguían motivadas a pesar de la tristeza.

Caminamos desde las oficinas de Charlie Hebdo hacia la Plaza de la República, de donde partiría la manifestación. En los días pasados, la plaza ha servido como el lugar oficial para velar a las víctimas. La estatua al centro está cubierta de mensajes de solidaridad, banderas y dibujos. Mientras tanto, a su alrededor, grupos de personas se sientan para formar un círculo y cada uno prende una vela y la coloca el frente.

A la marcha asistieron cerca de dos millones de personas. El Ministerio del Interior de Francia señaló que ira imposible dar una cifra exacta porque eran demasiados manifestantes. En algunas calles secundarias, había tantas personas que nadie podía moverse. Algunos treparon árboles o baños públicos para ver desde ahí. También habían francotiradores de la policía en los techos que se asomaban y se ocultaban a cada rato. Se informa que al menos dos mil policías y mil 350 soldados estuvieron vigilando pero casi no se sintió su presencia. Aunque nadie se exaltó, a veces subía el volumen de los gritos de la multitud, lo que significaba que era imposible moverse.

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Entre toda esta multitud, nosotros estábamos muy lejos de los líderes políticos al frente, quienes posaron para mostrar lo mucho que aman la libertad cuando en realidad la mayoría de sus acciones no demostraron ese amor. David Cameron, primer ministro del Reino Unido, aprovechó la oportunidad para intensificar la narrativa del "choque de civilizaciones" por medio de un discurso donde mencionó el "fanatismo de un culto dedicado a la muerte" y, citando las exigencias del servicio británico de seguridad Mi5, exigió que se "mantenga firme la seguridad", es decir, que se incremente la vigilancia. Otros de los amantes de la libertad que se hicieron escuchar fueron el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el secretario de relaciones exteriores ruso Sergei Lavrov y una delegación de Arabia Saudita, un país al que muchos consideran como el responsable de financiar un gran número de grupos extremistas.

Es la primera vez que la hipocresía de los líderes parecía carecer de importancia. Los parisinos por fin se juntaron con un solo propósito. No en internet sino en las calles. Sostenían carteles en los que demostraban su creatividad; cantaban toda clase de himnos que iban desde "La Marsellesa" hasta una canción que promovía la unión entre judíos y musulmanes. "Los judíos y los árabes se niegan a ser enemigos", estaba escrito en un cartel. "Larga vida a la paz y a la libertad", se leía en otro. "La risa está muriendo", se leía en un tercer cartel.

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Un partido de extrema derecha pegó un par de carteles en un muro. "Ésa no es nuestra Francia", decía la multitud reunida alrededor del cartel. El concepto occidental de la libertad puede llegar a ser difícil de defender cuando su discurso contradice los informes recientes de que la CIA aún practica la tortura, el racismo de la policía, los civiles inocentes que mueren en todo el mundo como resultado de las acciones de los gobiernos occidentales o en general todas las cosas horribles que a menudo son insoportables.

Pero la gente que marchó en París el domingo pasado no lo hizo para defender la hipocresía del mundo real y la traición presente en ideas nobles. La gente marchó para defender la libertad, la equidad y la fraternidad en el sentido más puro. Trajeron su propia emoción y su propia concepción de injusticia para compartirla con aquellos a su alrededor. Incluso uno de los manifestantes traía un cartel que decía: "Marcho pero estoy consciente de la confusión y la hipocresía de la situación".

El monumento principal de la Plaza de la República estaba rodeado de gente que cargaba banderas y carteles con mensajes. Al centro había un grupo de palestinos junto a un grupo de israelís. Uno de los palestinos y uno de los israelís se abrazaron y se saludaron de beso. Después se voltearon hacia la multitud a su alrededor y gritaron "Shalom, salaam, contra los prejuicios". La gente lo entendió y, en poco tiempo, personas de todas las edades y las razas cantaban al unísono para resistir la tentación de ceder ante el miedo y desafiar a los medios y a los políticos que trataban de ponernos uno contra el otro y viceversa.

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