Los Viejos y 'La sociedad del miedo'
Fotos por Guli Limón.

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Música

Los Viejos y 'La sociedad del miedo'

Con motivo de la reimpresión de su último álbum en vinil, Los Viejos hablan sobre su trayectoria, su música y el punk en general.

"Cuatro veinte, hora del café", dice Jordi y libera una sonrisa malévola, "¡saquen!". Al escucharlo, Leo, en complicidad, camina rumbo a la barra de mármol blanco y pide dos americanos. Las cafeterías de moda se especializan en métodos no convencionales que extraen hasta lo más puro e íntimo de las semillas tostadas.

Sin máscaras, Jordi y Leo de Los viejos tienen semblante relajado y jovial. A Jordi le apodan Vampiro por los colmillos. Del otro lado de la mesa, un hombre pelirrojo, con cabello ondulado y alborotado también nos acompaña. Kurt. Es de origen neoyorquino pero el amor lo aterrizó en California. Ahora se siente fascinado, pues por primera vez ha caminado y descubierto secretos de la capital mexicana.

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Él también pide un café. Algo más exótico, frío y con nitrógeno. Lo sorbe lentamente. El sabor es fuerte, lo compara con la cerveza irlandesa Guinness. Por la mañana los tres visitaron el museo del Templo Mayor. Kurt fotografió todo lo que pudo. "The God of death and cute little faces". Las máscaras fueron sus favoritas, también las calaveras y lo que aseguró eran figurillas de un alien y un hipster.

Kurt es el music man de Volcom. En California su escritorio siempre está lleno y él ocupado. Cuando escucha algo que le late, ingenia una forma para trabajar en conjunto.

Jordi, Leo y Kurt se conocieron en una fiesta en Austin, Texas, en noviembre del año pasado. En un "cool spot", una propiedad que durante una semana ofreció happenings, comida, fiestas y arte. Era trabajo pero también desmadre.

Leo y Jordi viajaron para ser fotografiados, mostrar ropa, moda y formar parte del nuevo catálogo de la marca. Los otros participantes: músicos, escritores y riders (surfers y skaters), los veían extrañados. "¿Quiénes son?", se preguntaban, pues siempre caminaban con una máscara rancia colgando de la mano.

Al terminar la semana arrancó un festival de música. Uno "grande, chingón". Leo y Jordi consiguieron dar un show. Frente al público se pusieron las máscaras y Los viejos demostraron con acordes lo que sabían hacer: ¡punk!

Kurt decidió que Volcom reimprimiría Sociedad del miedo, su último álbum, en vinil. Quería acercarse a México, compartir su sonido pues sentía que falta difusión de bandas mexicanas entre la mayoría de los angloparlantes.

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"México City is almost two times Los Angeles", explica Kurt asombrado, con ojos pequeños que esconde detrás de un armazón negro pesado. Un nuevo horizonte de oportunidad. Para Los Viejos fue genial. En México es casi imposible imprimir en vinil, formato que ha reconquistado el mercado.

Durante la última década, los denominados AOR por sus siglas en inglés de Album oriented rock, perdieron demanda ante el consumo de playlists, singles y el control absoluto del shuffle. Hoy, nuevos nichos que se transforman poco a poco en masa, vuelven a consumir álbumes con lados a y lados b.

Ahora es mi turno en la barra. No sé cuál de todos los cafés escoger así que me recomiendan un extracto de cáscara de semilla. Parece té, es amargado. A Jordi le gustan los vinilos negros, "más clásicos". Kurt también es multinstrumentista en una banda.

"¿Por qué las máscaras?", pregunto. Leo saca la suya y me la pasa. Algunas partes se sienten pegajosas. Hace ocho años, a Leo y a Jordi los invitaron a un show de disfraces en Puebla.

No tenían disfraz. En un supermercado encontraron dos máscaras de viejos medio zombis, con ojos blancos y dientes mugrosos. Les gustó la ironía de ser dos viejos tocando punk y thrash. Así germinaron Los Viejos.


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Con un vato que trabaja en cine y comerciales hicieron nuevas máscaras, más pro, con molde de yeso y plastilina. Pero el sudor se convierte en pesadilla. El pelo sintético también produce calor. Aunque pueden ver bien, durante los conciertos, respirar se les dificulta, pues el sudor acumulado se hace espeso y pesado.

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Su primer disco fue Quebrantahuesos. Era gratis, en línea y luego lo maquiló la disquera Intolerancia. Comenzaron haciendo riffs de guitarra y ritmos con batería eléctrica. Luego evolucionaron, probaron efectos con pedales y doble bombo. Así sonaron más grandes, como si fueran cinco integrantes.

Un ilustrador con mente medio torcida los contactó. Hicieron click y desarrolló el arte de sus discos. De forma independiente, haciendo su propio booking y marketing, Los viejos viajaron a Brasil, Argentina y Colombia. El público, aunque aparentemente agresivo por armar slams y mosh pits, se portaba respetuoso. Los escuchaban jóvenes de 15 como señores de 50 años.

En una ocasión notaron que un hombre le hacía una llave a otro. Jordi detuvo el show y pidió que se abrazaran. Aunque sus personajes cobran fuerza en el escenario, abajo son ellos, sin máscaras. Tampoco son puristas de esconder la cara.

Leo sueña con el día en que se parezca a su máscara para ya no tener que usarla. Jordi ha estado a punto de desmayarse, por el calor y no poder respirar. En Pata Negra, a media rola, se le metió una cucaracha.

Al escuchar la palabra "cucaracha", Kurt pone cara de espanto. No le gustan, como las serpientes y las alturas, pero su mayor fobia es perder el teléfono celular y la posibilidad de una guerra nuclear.

"El miedo siempre está presente", agrega Jordi, "desde chiquitos, es como una regla: tener miedo a la muerte, a tus papás, a que te regañen, a hacerte del baño, a reprobar, a que te expulsen, a que te corran del trabajo, a que te corte tu morra. Crecemos con un chingo de miedos, es una forma de control social".

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Ante esa reflexión crearon la canción "Por eso cuando naces lloras". Querían hacer una analogía de que el bebé sabe lo que viene y piensa "verga". Leo tiene otra banda más pesada, más hardcore. Música con rabia, rápida. "Puro ruido, ¡quítala!", le han dicho. Pero para él es como tener un súper poder que envuelve y atrapa.

Para Jordi cada concierto es una terapia, como ir al gimnasio, así que ha rebautizado el género como Sporty rock. Para el público también es agitado. Son descargas de energía con codazos que dejan a todos agotados. También felices. Una agresión positiva. Por eso sus conciertos duran entre media hora y cuarenta minutos.

Leo se pone la máscara. Jordi ha dejado la suya en casa. "How does my hair look?", bromea Kurt pues tampoco tiene una. "Better than my mask", responde Leo risueño. Al quitársela me la pasa y me la pruebo. No apesta, la goma no retiene olores. Para Jordi es extraño ver la misma máscara con otros ojos. Ahora soy un viejo con dientes grandes, escabrosos y cabello enmarañado.