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La crónica del tormento: Aaron Hernández contra su propia vida

¿Qué ocurrió en la mente de un jugador que tenía casi todo en la vida para triunfar? Quizá la muerte de su padre a los 16 años y el entorno en el que creció tuvieron mucho que ver con su aterrador comportamiento fuera de los emparrillados.
Stew Milne-USA TODAY Sports

"Es probablemente uno de los mejores días de mi vida, lo recordaré por siempre. Sólo espero seguir adelante, hacer las cosas bien, tomar las decisiones correctas para tener una vida en paz y poder compartirla con mi familia". Así se expresó Aaron Hernández después de firmar su extensión de contrato por cinco años y 40 millones de dólarescon los Patriots de Nueva Inglaterra en 2012. Poco tiempo después, Hernández donaría 50 mil dólares a la fundación del dueño de la franquicia, Robert Kraft, en agradecimiento por la confianza del magnate. "Fue uno de los momentos más conmovedores que he tenido desde que soy dueño del equipo", respondió Kraft al gesto del ala cerrada.

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La noticia de esta mañana, y el demonio en el que Hernández se convertiría, nos impide reconciliar esta imagen del humilde y dadivoso ex jugador de la NFL con el inconmovible asesino.

Después de ser seleccionado por Nueva Inglaterra en la cuarta ronda (113 global) del Draft de 2010, Aaron Hernandez —prominente jugador de la Universidad de Florida y ganador del premio John Mackey (otorgado al mejor ala cerrada del futbol americano universitario) en 2009— cumplió, parcialmente, su sueño de tener una vida plagada de fama y riquezas. Hernández, de ascendencia puertorriqueña, batió e impuso nuevas marcas sobre el campo de juego, y recibió elogios de la prensa deportiva por sus grandes actuaciones. El número 81 de los Pats se convirtió rápidamente en una de las jóvenes promesas de la NFL, pero detrás del casco y los tatuajes, más allá de las celebraciones y los logros, Hernández mantenía reprimidos sus demonios que en 2013 lo llevarían a su condena.

El 26 de junio de 2013, Hernandez salía de su casa con las manos esposadas bajo la custodia de la policía estatal de Massachusetts por el cargo de homicidio de Odin Lloyd, ex jugador semiprofesional de futbol americano y conocido de Hernández, cuyo cuerpo fue encontrado a una milla de distancia de su casa. Horas después de su arresto, la franquicia de Nueva Inglaterra daba a conocer la baja de Hernandez del plantel, ya que había serias sospechas. Hernández había destruido el sistema de vigilancia de su casa y contrató servicios de limpieza ese mismo día. Además, se le imputaba el doble homicidio de Daniel Jorge Correira de Abreu y Safiro Teixeira Furtado, ocurrido en julio de 2012 en Boston y detonado, supuestamente, luego de que Furtado chocara accidentalmente con Hernandez en un club nocturno ocasionando que el ex ala cerrada derramara su trago, así como el intento de homicidio de quien fuese su amigo y confidente Alexander Bradley, a quien Hernández disparó a quemarropa en los ojos y dejó a su suerte en una carretera cerca de Miami. Parecía sólo cuestión de tiempo para que el ala cerrada terminara detrás de las rejas.

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Alexander Bradley explica durante su testimonio cómo fue que Hernandez le disparó, supuestamente, a quemarropa

La NFL, los Pats, y de la Universidad de Florida se unieron y organizaron para borrar toda huella de Hernández después de su arresto, algo sin precedentes. Kraft y compañía anunciaron que los fans que sintieran el deseo de deshacerse del jersey de Hernández podrían hacerlo en cualquier tienda oficial de la liga. Se estima que alrededor de dos mil ex seguidores de Hernandez cambiaron su jersey, generando pérdidas en la franquicia por 250 mil dólares, de acuerdo con los cálculos de Robert Kraft. Por su parte, la NFL se aseguró de borrar las estadísticas del jugador de su sitio oficial, aunque poco después volvieron a aparecer pero sin la foto del jugador. Al parecer, el retrato de Hernandez era suficiente para aterrorizar a toda una liga, o al menos a su aparato de relaciones públicas.

La Universidad de Florida hizo lo mismo con la placa conmemorativa de Hernández que yacía a las afueras del Ben Hill Griffin, el estadio de los Gators, porque la institución no creyó "apropiado celebrar los logros" del jugador.

Hernández es declarado culpable por el homicidio de Odin Lloyd

La serie de pruebas irrefutables en contra de Hernández en el caso de Lloyd fueron suficientes para declararlo culpable por homicidio en primer grado y condenarlo a cadena perpetua sin derecho a fianza —como lo establece la ley en Massachusetts—el 15 de abril de 2015, casi dos años después de su arresto. De haber cometido el crimen poco más de dos décadas antes en dicho estado, Hernández habría enfrentado la sentencia de muerte. En un momento de flaqueza emocional, Hernandez había perdido todo: su carrera, su familia, el prestigio, pero sobre todo la libertad y la paz que tanto quería, supuestamente, encontrar en su vida.

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En cuanto a los otros dos cargos, Hernandez sería absuelto el 16 de abril de 2017, pero poco importaría, pues la sentencia de vida efectiva por el caso de Lloyd seguiría en pie de no haberse quitado la vida en su celda la mañana de este miércoles.

¿Qué ocurrió en la mente de un jugador que tenía casi todo en la vida para triunfar? Quizá la muerte de su padre a los 16 años y el entorno en el que creció tuvieron mucho que ver con su aterrador comportamiento fuera de los emparrillados. Al igual que un psicópata, Hernandez mostró indiferencia por los tres pilares del orden humano: escrupulosidad, prosocialidad, y la aceptación de la responsabilidad adulta. Su tendencia a involucrarse en situaciones problemáticas de toda índole se potenció con la fama y el poder que le otorgó convertirse en una de las estrellas de la NFL.

Implosión de talento. Foto por Greg M. Cooper-USA TODAY Sports

Su desapego emocional hacia aquellos que lo rodeaban, como Alexander Bradley y su familia, y su falta de empatía hacia cualquiera que se atreviera a irrumpir su espacio personal, incluso por accidente, revelaron el verdadero rostro del aquel jugador que donó una cuantiosa cantidad de dinero como agradecimiento y que brindó momentos de alegría para millones de fanáticos que prendieron el televisor los fines de semana para ser testigos de lo mejor que sabía hacer: atrapar y correr con el ovoide hacia la zona de anotación.

Hernandez vivió dos vidas: una como excelente jugador profesional de futbol americano y otra como un atormentado ser humano. Lo logrado en el campo de juego nadie lo podrá negar, aunque se intente reescribir la historia y se busque borrar toda huella de su existencia porque, siendo objetivos, es injusto juzgar sus logros y proezas basándonos en los errores cometidos lejos del espectáculo. Nadie escarmienta en cabeza ajena, y nadie sabe los problemas del otro, ni lo que pasa por su mente. Quizás la NFL se equivocó al erradicar parte de su historia en el caso Hernández y, por ende, negarse a sí misma. La verdad nos libera siempre y cuando no esté en nuestra contra.

Lamentablemente, cuando se hable de Aaron Hernández no se hará mención de sus múltiples récords y conocimiento del campo de juego. La mancha de su carácter violento y el triste desenlace de su vida será lo primero que brote en el recuerdo. Aaron Hernández se fue por decisión propia. Escapó de una existencia en la que nunca se sintió a gusto ni siquiera ganando millones de dólares. Teniéndolo todo, prefirió la nada.