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el otro clásico

El día que fuí golpeada en un América-Pumas

Así fue la experiencia de una canadiense con raíces mexicanas el día que se metió al Azteca con la playera equivocada.
Foto: Imago7

Para arrancar, debo decirles que no soy una fan del futbol, me gusta, pero no suelo comprender la euforia que existe por ganar o perder un partido. No está mal decirlo — aunque otros piensen lo contrario — el deporte siempre arroja triunfos y derrotas, pero esa es la esencia de una actividad, aprender que a veces se gana y a veces no.

Soy canadiense, radico en Toronto, pero mis padres, mis tíos y mis primos son mexicanos, así que domino perfectamente el español y comprendo bien lo que el futbol significa para mi segundo país.

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Aquí en Canadá si algo predomina, es el respeto. El futbol no es y creo que nunca será el deporte principal; como muchos saben, en este lugar lo que la gente ama es el hockey, y en segunda base el beisbol. Con mis amigos he ido a juegos de ambos deportes y nunca he vivido una situación que lamentar.

Hace dos años, en pleno 2014, viajé a México como normalmente lo hago cada que la escuela y después el trabajo me lo permita. Mis abuelos viven en la Ciudad de México, así que siempre será un enorme gusto para mi poder ir al sitio donde están las raíces de mi familia. Debo recalcar que mi abuelo Carlos es un gran hincha del futbol y de las Águilas del América, así que cuando llegué, él me dio la "sorpresa" de decirme que había comprado boletos para un juego en el Estadio Azteca contra los Pumas de la UNAM. "Son los cuartos de final hija, es liguilla", me dijo cuando me los entregó. "¿Liguilla?, ¿Qué carajo es eso?".

Mi abuelo abrió el armario y sacó una vieja playera del América. Me dijo que se me veía hermosa y que me la debía llevar al estadio aunque me quedara enorme. Asentí por dos razones, la primera, porque me daba igual ponérmela y segundo, porque quería verlo contento.

Cuando eres extranjero, o mejor dicho, cuando eres una persona que evita lo conflictos, te da igual por qué puerta del estadio entrar. No sabes por dónde debes caminar y por dónde no, a qué hora llegan las llamadas barras y en qué sitio están ubicadas. Yo solo voy al estadio, voy a ver el futbol, voy a acompañar a mi familia.

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Ese día conocí lo que es el futbol en México y entendí lo que es un América-Pumas. Comprendí que más allá de un partido de futbol, a la gente se le va la vida de por medio por una pelota y 22 pendejos corriendo tras ella. Perdón por el insulto, porque sé que es una profesión digna, sobre pagada a mi entender, pero que no le hace daño a nadie, solo que no me cabe en la cabeza que lo que los rodea pueda generar tal nivel de violencia.

Mi abuelo, dos primos, uno con su novia y yo, dejamos el coche en el estacionamiento del Azteca. Para quienes conocen, hay dos entradas, la que da por Tlalpan y la que está por Periférico. Nosotros lo hicimos por la segunda.

Decidimos caminar hacia la entrada más cercana. Solamente alcancé a ver que no había muchos americanistas y sí personas con playera de Pumas. Francamente me dio lo mismo y caminé entre los puestos ambulantes que vendían tacos de canasta, refrescos y helados, playeras, banderas y gorras. Al salir de ahí, me encontré con una triste realidad de México: la cruel violencia.

Nunca supe cómo sucedió, solamente sentí una patada en las nalgas y un grito de "pinche puta, aquí Pumas, aquí la Rebel, solo Pumas puta, chinga a tu madre". Cuando voltee vi que unos tipos golpeaban a mi abuelo mientras mis primos intentaban defenderlo como podían pues obviamente, ya tenían a cinco, diez, quince personas a su alrededor dándoles de puñetazos y patadas. De aquel grupo, solo él y yo traíamos playeras del América.

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Sentí un gran miedo y una ira tremenda cuando vi a mi abuelo, de unos 70 años de edad en aquel entonces, tirado en el suelo mientras diez personas le pegaban y le arrancaban la playera. A mi me quitaron el jersey viejo y grande que traía, acabé en bra por culpa de dos mujeres y un imbécil que me golpearon por "puta, pendeja y wila".

Nos aventaron botellas, vasos con cerveza — espero haya sido solo cerveza — y monedas, mi primo sangraba de la nariz y mi abuelo tenía un hematoma en el ojo, yo estaba arañada y jaloneada del pelo mientras la novia de mi otro primo estaba desaparecida pues al ver cómo nos golpeaban, decidió huir antes que ella tuviera una suerte similar.

¿De verdad vale un juego de futbol un golpe a un señor de edad avanzada? ¿Un hombre pegándole a un mujer solo por irle al equipo rival? ¡Qué nivel de enfermedad existe!

Cuando la policía llegó a resguardarnos y a poner "orden", atinaron a decir algo que me conmovió más allá de los golpes. "Ustedes tienen la culpa", soltó el policía con torrete y escudo, un casco con visera y unas rodilleras que le protegían prácticamente toda la pierna.

"No mame poli, cómo vamos a tener nosotros la culpa", dijo mi primo. La respuesta del policía fue darle un palazo en las piernas por el insulto que le acababa de dar. "Me vuelves a faltar al respeto y te remito pendejo, todavía que los ayudo", soltó increíblemente.

Después del incidente, evidentemente no entramos al estadio, todos estábamos en shock, molestos y lastimados. Ya con la cabeza fría y luego de platicarle a las personas lo que habíamos vivido, nos cayeron las recomendaciones tardías sobre lo que hicimos bien y lo que hicimos mal en aquel recorrido por el Azteca.

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Lo primero que nos dijeron es que los "puercos" — así le llaman a los policías que resguardan en los partidos de futbol — son la peor mierda del planeta, personas con nulo sentido común, intolerantes a más no poder y prepotentes. Frecuentemente ellos inician los pleitos, me contaron.

Foto: Mexsport

Después supe que en este tipo de partidos, una porra entra de un lado y otra del otro. A mi y a mi familia se nos ocurrió, sin saber, caminar por la parte donde estaba la "afición" de Pumas y que el castigo cuando caminas frente de ellos es recibir una golpiza y quitarte la playera. Algunos me dirán, "pues si pendeja, qué esperabas". A ellos les respondería que no sé de futbol y que por mucha rivalidad que haya en un partido, nunca se justifica la violencia, y menos a unos cobardes que golpean ancianos y mujeres.

Me dijeron que lo mismo que hizo la afición de Pumas, lo hace la del América pero del otro lado. De hecho, posterior a ese partido, hubo noticias de golpizas entre aficionados de las distintas barras del América. La situación se repite, no solo en el Estadio Azteca, sino en cualquier lugar donde haya futbol, tampoco solo en México, pues basta leer los incidentes que se dan en Sudamérica donde incluso la disputa lleva hasta la muerte. "Y eso que no estamos como en Argentina", me dijo un amigo mexicano. "Pues si, menos mal", respondí.

Dos años después, puedo asegurar que nunca me pararé nuevamente en un estadio de futbol, y que nunca comprenderé cuando alguien me dice que en este deporte hay una pasión increíble. Puede ser que exista, estoy segura que no todos los aficionados son iguales y que soy una pequeña porción de la población que ha sufrido incidentes como éste, pero aún así, nunca más volvería a poner en riesgo mi integridad y la de mi familia por un juego donde de antemano sabes que habrá un perdedor y un ganador. Lástima que la violencia exista en sitios donde no debería.