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Chicas de pista

Dos cineastas se fueron“a donde van a morir las strippers”.

Las autoras, Alexandra y Natalia, posan en un camión del estacionamiento de Club 2013.

Todos saben lo encantador que pueden ser los tables, pero quizá no haya un club más encantador como el que está en Moriarty, Nuevo México: una parada de camiones con taxidermia y brasieres de ex empleadas colocados en las paredes, pocos tubos, un chingo de luz negra y un montón de tetas. Es más, la página de The Ultimate Strip Club List describe el lugar como “a donde van a morir a las strippers”. Natalia Leite y Alexandra Roxo se convencieron de que ésta sería la solución a sus problemas financieros, así que huyeron de Brooklyn para hacer un proyecto cinematográfico acerca del “trabajo de sus sueños”. Típicamente este tipo de dúo dinámico incluye una historia sobre un motel decrépito, chingo de metanfetamina y cuerpos tirados en un basurero, pero esta vez fue la excepción. Sí, las dos se quedaron en un motel infestado de moscas, y sí, el dueño anterior había estado cocinando metanfetamina en una de las habitaciones. Pero las dos están vivas y enteras y decidieron someterse a grabar su experiencia para explorar lo que sería intercambiar sus vidas con mujeres que les bailan a traileros en la Autopista 40.

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Piensa en un performance de Marina Abramovic fusionado con un episodio bizarro de Intercambiando esposas dirigido por las hijas de David Lynch, ubicado en un tipo de lugar donde un chico de un ojo se dio un balazo en la cabeza y otorga consejos de meditación a dos mujeres desnudas. Después de 13 días de bailar y dormir juntas en la misma cama cada noche, aun tenían mucho de que hablar, así que se entrevistaron la una a la otra acerca de su experiencia.

Natalia Leite: Estoy esperando con ansias el día que le pueda decir a mis nietos las historias acerca de la vez que nos convertimos en strippers de un table en medio del desierto. Ahora parece un poco irreal pensar que esa fue nuestra vida hace un par de meses, viviendo de dinero que ganamos de bailar desnudas a traileros solitarios y dormir con las extensiones de cabello puestas, las mismas que sacudían el piso sucio del escenario una noche antes.
Alexandra Roxo: Sólo tú estarías emocionada de contarle algo así a tus nietos.

¿Cuál piensas que fue el mayor reto de toda la experiencia?
Al principio, la idea era aterradora, desde el minuto que hablamos de quedarnos en un table al lado de la autopista. El motel en el predio sólo tenía un cuarto disponible y está rodeado de güeyes dormidos en sus camionetas. Cuando dijimos: “Va, nos quedaremos en esa habitación”, empecé a tener sueños angustiosos y me asustaba demasiado, porque como mujer, ya enfrentas mucho cagadero en tu vida. Sólo por ser mujer.

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¿Ser acosada por hombres y así?
Sí, ser acosada o atacada, o lo que sea. Así que para ponerte en una situación intencionalmente donde sabes que hay un alto riesgo, estar en medio de la nada en un pequeño motel rodeada de traileros en la noche mientras trabajas en este table sonaba muy peligroso. La otra parte aterradora de eso era la vulnerabilidad de estar desnuda frente estos traileros grandotes.

Definitivamente. Sentía miedo, sentía que había alguien haciendo o diciendo algo, incluso dentro del table, que me entristecía.
Aprendí demasiado acerca de los traileros. Estando constantemente en la carretera, su vida es muy solitaria. Algunos de ellos nunca han estado enamorados, o nunca han tenido una experiencia íntima con una mujer. Otros más no saben interactuar con mujeres. Yo sí sentí que cambió mi perspectiva de mujer a la defensiva y siempre en alerta a ser más empática y comprensiva al final de la experiencia.

Es realmente un lugar interesante. Es como ver a través de un pequeño plato Petri y ver cómo la gente de diferentes antecedentes interactúa entre ellos en un lugar cerrado.
Ellos realmente quieren un poco de intimidad más que nada. El baile es un hincapié para la conversación y eso llena el vacío para esta gente que no tiene nadie con quién hablar en la carretera. Más que nada, estás entregando tu tiempo y energía. Eso es por lo que quieren pagar más que el baile privado.

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Y no juzgarlos. Yo recuerdo cuando una de las strippers con la que nos juntamos, Daisy, dijo sentir que su propósito en la vida es ayudar gente. Tal vez, a su manera, bailar es la forma en que lo logra.
Las chicas son estupendas. Y nos aceptaron, hasta cierto punto.

Totalmente. La otra parte interesante es la relación entre las mujeres en el table; tienes a estas chicas compitiendo por hombres, por su atención y su dinero. Algunas de ellas nos aceptaron, mientras otras definitivamente se ponían roñosas con nosotras e incluso con las demás. El dueño, Ryan, nos contó historias de morras que se ponían a husmear las pertenencias de otras en el vestidor, cosas así de locas. Era muy claro que yo no le caía bien a una de ellas, sin razón. Pero luego, a lo mejor ella estaba drogada. Ella estaba explicando cómo a veces baila con su hija, quien es adicta a la metanfetamina y quien además huyó con un enano.
La gente —clientes y strippers— estaba muy dispuesta a hablar de sus historias. Ellos te ven y dicen cosas como: “Hey, intenté suicidarme cortándome la mitad de mi brazo” y uno sólo responde: “Wow, hay que ir al grano”. Había muchos veteranos de la guerra y exadictos. Todos estaban muy dispuestos a hablar de lo que fuera.

Lo que me llevé de la experiencia es que ir a un table es como una sesión de terapia.
Bailar no es sólo quitarse la ropa; es del rol en general, de ser una terapeuta, una amiga y saber escuchar. Tengo mucho respeto por estas mujeres ahora. El baile es lo que está en segundo plano, y cuando ves el tipo de baile no es nada diferente a lo que hace una porrista de los Vaqueros de Dallas, o cualquiera otra artista. Hay un gran estigma social atado a eso, pero al final del día no hay diferencia.

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Sí, ¿cuál es la gran diferencia entre andar dando brincos con las tetas en un diminuto brasier a estar completamente topless? Todo se trata de la ilusión del sexo. Creo que entre más tiempo pasábamos ahí, el desnudo se iba convirtiendo en algo normal.
Cuando estábamos bailando sobre el escenario no se sentía nada sexual. Yo intentaba bailar sexy porque soy de Atlanta, y así es como aprendí a bailar, crecí con eso. Me di cuenta de que cuando empezamos a ver el material, una de las strippers estaba hablando con el DJ y decía algo como: “¿Qué chingados? ¿Es esto Baile caliente?” Y supe que ésa no era la manera en que las chicas bailaban ahí.

Hay algo muy animalesco de la experiencia en general.
Pero a veces estar sobre el escenario es horrible. Había chicos que se quedaban a la orilla del escenario sólo mirándote, sin sonreír, y no dándote dinero, y por un minuto te hacen sentir como un pedazo de mierda, por lo menos así me sentí.

Me asusté muy cabrón. Hubo una noche en que un chico no me quitaba el ojo de encima, y yo me quedé como: “Ay no, este güey es un psicópata”.
Sí, yo tuve gente que me decía cosas asquerosas cuando me subía al escenario, también. Sentía que tenía que tomarme un trago para poder subir, y las primeras veces fueron muy difíciles. Era muy extraño sólo decir: “Me voy a quitar la ropa enfrente de estos güeyes grandes y sudorosos”. Pero luego, lo haces más veces, y se vuelve más fácil.

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Pain.

Daisy.

Mocha.

La calle más popular en Moriarty, New Mexico.