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Cultură

Masterchef Celebrity, el arte de hacer las cosas mal a propósito

María del Monte saltando a la primera de cambio, Fernando Tejero depresivo, torturado y sufridor o el Cordobés y su mujer irritantes y pastelosos a partes iguales. Un gran casting hecho a base de despropósitos muy acertados.

Al César lo que es del César: desde aquí mi más sincera felicitación al o la guionista de "Masterchef Celebrity" que en la gala de ayer decidió juntar en el mismo equipo a María del Monte y Fonsi Nieto. Toda una declaración de intenciones: el más inútil del concurso, un tuercebotas de primera, con la piel más fina del casting, la diva folclórica incapaz de asumir una sola crítica. El resultado estaba cantado: un plato desastroso y un nuevo sopapo dialéctico de los miembros del jurado. La cantante venía quemada del primer programa, emitido el domingo, en el que su dudoso talento para la cocina había desencadenado comentarios y reproches; y ayer llegó la puntilla.

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En la prueba final, y antes de recibir otro varapalo de Pepe Rodríguez, Jordi Cruz y Samantha Nájera, la del Monte decidió plantarse. Dijo basta y tomó las de Villadiego. Bonito desaire de una señora que habitualmente nunca se ha llevado bien con la ironía, la crítica y el runrún de la prensa rosa y que prefirió despedirse a la francesa antes de aguantar otra deliberación cruel y despiadada de los jueces. Le tenían ganas, y nosotros también, pero ese harakiri antes de pasar por la mesa de valoración nos privó del gran momento de la noche. Lo bueno y lo malo del formato VIP condensado en una huida: que el famoso no necesite pasar por el aro para cumplir un sueño a veces te da y a veces te quita. Como los árbitros.

Ya sea como símbolo de rebeldía o como ejemplo de mal carácter y exceso de susceptibilidad, la espantada de Del Monte es el momento cumbre de esta primera edición de la variante de celebrities del programa. Una variante que ha sabido contrarrestar los problemas de partida del formato —poca tensión dramática, falta de competitividad real entre concursantes, consciencia televisiva, buen rollo generalizado, papel secundario de la cocina y los platos— con un casting más resultón de lo que hubiéramos imaginado.

Además de María del Monte, estrella ya inamovible de esta primera edición, la presencia de Loles León y Fernando Tejero contribuye de forma decisiva al éxito de audiencia del programa. Loles es más cumplidora y eficiente que un sicario colombiano: sabe perfectamente cuándo debe recurrir a su vis cómica, cuándo debe exprimir sus dotes de maruja y cuándo debe aprovechar sus minutos de protagonismo. Ni fuerza ni exagera, simplemente se deja llevar y su sentido del espectáculo televisivo fluye con absoluta naturalidad. Es la gran diva del programa, en el buen sentido del término, y esperemos que su participación llegue lejos.

Tejero, por su lado, es toda una revelación. No por su talento culinario, sino por ese perfil de tipo depresivo, torturado y sufridor que ya había asomado la cabeza en otros programas de tele —"Viajando con Chester" o "Planeta Calleja"— y que aquí se ha consolidado por todo lo alto. Tejero es nuestro Cioran catódico: un tipo angustiado, harto de todo, histérico y sensible hasta el tormento que lo pasa mal hasta preparando un huevo frito. Forma un tándem divertido y paradójico junto a Loles León, e indudablemente también merece pasar rondas hasta la final.

Pero un buen casting no solo depende de los hallazgos y los participantes eficaces. Un buen casting también se basa en los errores, en las taras. Siempre necesitamos que en un talent show o reality de famosos existan figuras grises y aborrecibles para darnos aire. Y en esta edición hay varias de primer nivel: premio gordo para El Cordobés y su mujer. Empalagosos y azucarados hasta el empacho, los dos, pero especialmente él, convierten cada una de sus apariciones en pantalla en una oda a las discusiones de pareja y en una invitación al desamor y el divorcio. Pero ahí está la gracia: para todos aquellos que necesitamos odiar a alguien como mínimo una vez al día, estos dos son la elección de casting perfecta.

Y por supuesto no me olvido de Fonsi Nieto y Cayetana Guillén Cuervo. Fonsi es otro acierto entre los desaciertos del programa. Adoramos que el tipo sea un inútil en los fogones y que la cosa no tenga pinta de mejorar mucho en los próximos días. Fonsi no genera esa rabia visceral que despiertan El Cordobés y su mujer, es otro sentimiento difícil de explicar. Entre la ternura y la fascinación, asistimos a una nueva etapa de descrédito del personaje, que ya había levantado dudas en su época de motorista y, mucho más, en su faceta como DJ. Comprobar in situ que como cocinero tampoco tendrá futuro es balsámico, es un pequeño acto de justicia poética que le agradecemos al programa.

Por su parte, Cayetana Guillén Cuervo es la cuota de famoso al que un producto de estas características le sale rentable. Y eso también cuenta, es el tercer factor en discordia de un buen casting. Todos teníamos la imagen, quizás equivocada, no lo niego, de una Guillén Cuervo fría hasta el tuétano, borde, seca e incluso desagradable. Cosas del cine y la tele, supongo: siempre que la he visto en la tele he tenido la sensación de que tenía una fusta escondida debajo de la mesa y que en cualquier momento la sacaría para azotar al primero que se atreviera a discutirle algo. Aquí, en cambio, el personaje se ha humanizado con naturalidad y ha aparcado nuestros prejuicios: la ves cortándose los dedos sin parar, sudando como un gorrino y lanzándole miraditas a Miguel Ángel Muñoz y te das cuenta de que no es el ogro que imaginabas. A veces la tele sirve para algo.