Publicidad
Relacionado: Mi eterna lucha por aceptar mi peso
Yo fui un una niña gorda en los noventa. La versión femenina y afroamericana de Bruce Bolaños de Matilda. Solía adelantar la película hasta la parte en que mi "doble" salía comiéndose ese perfecto pastel de chocolate. Soñaba con estar en su lugar. ¿Que si me hubiera comido ese pastel sin problema aún cuando una señora bigotuda me hubiera dicho que estaba hecho con sangre, sudor y lágrimas? ¡Claro que sí! Pasé toda mi niñez buscando un pastel igual a ése, hasta que llegué un día al Just Desserts Café. Mi mamá fue testigo de la bestialidad con la que lo devoré. Nunca más me volvió a llevar.Un estudio de 2015 encontró que la epidemia de la obesidad infantil en Estados Unidos y el Reino Unido comenzó en los noventa. Aproximadamente una quinta parte de los niños y una cuarta parte de las niñas nacidos después de 1990 terminaron siendo obesos antes de cumplir 10 años. De acuerdo con el estudio, quienes nacieron en los noventa son de dos a tres veces más propensos a la obesidad que los individuos nacidos entre los cuarenta y los ochenta.
Publicidad
Publicidad
Relacionado: Cuando padeces sobrepeso y anorexia al mismo tiempo
Pero yo quería verme como una niña más femenina. Mi abuela me compraba esos kits que venían con tela para hacer uno mismo los vestidos. Tenía que comprar dos paquetes para hacerme un solo vestido… Era probablemente la misma cantidad necesaria para hacer un mantel.Con apenas seis años estaba por encima de los 22 kilos y mis abuelos me inscribieron en un equipo de fútbol para niñas. No lograba pegarle al balón, las demás chicas pensaban que era inútil. Al final de la primera práctica tuvimos que hacer una fila para recibir la camiseta del equipo. Mi entrenador era un adolescente muy guapo, y supe que nada iba a terminar bien cuando vi a las primeras niñas flacas de la fila con sus camisetas ajustadas color esmeralda.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Relacionado: Intenté comer 20,000 calorías en un día
No realmente. En la escuela me di cuenta de que era más gorda de lo que pensaba. La única razón por la que no me escogían al final en quemados era porque yo era el mejor escudo humano para esconderse. Y en voleibol los del otro equipo siempre salían dispersos como hormigas cuando era mi turno de servir.Cuando los niños hacían ese estúpido juego de calificar a las niñas del salón, yo siempre estaba al final de la lista. Mis amigas trataban de emparejarme con algún niño, pero cuando me veía se arrepentía. Me convertía en el hazmerreír del recreo cuando a algún niño de mierda se le ocurría robarme el almuerzo y me tocaba correr detrás de él.Todo esto es muy chistoso, pero la verdad es que acabó con mi autoestima. Incluso me cuesta hasta el día de hoy. Tenía 16 cuando le hablé a un hombre por primera vez, y 19 cuando pude hacer contacto visual con la gente sin sentirme incómoda. Todavía soy extremadamente tímida en público, y siempre asumo que la gente se está riendo de mí cuando probablemente ni se da cuenta de que estoy ahí. A veces incluso calculo la forma en la que voy a almorzar porque pienso que voy a hacer el ridículo al coger mi sándwich de una u otra manera. O intento no pasar por espacios angostos por el miedo de no caber, aun cuando sé que paso sin problema. El peso es una batalla constante.