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Cultură

Maestros nos comparten sus historias más penosas en el salón de clases

Desde racismo accidental hasta lavados vaginales, estos son los momentos más vergonzosos que nos compartieron algunos maestros.

Ilustraciones por Alex Schubrt.

Aún recuerdo cuando me di cuenta que mis maestros eran seres humanos. Iba en quinto de primaria, la edad en la todos hacen bromas por teléfono, y mis amigos encontraron el número de nuestra maestra en el directorio telefónico. Como nuestra maestrea era creativa y apasionada en su profesión, decidimos que la mejor forma de recompensarla era molestándola en su casa. Cuando contestó el teléfono, mi amigo le preguntó si podía hacerle una encuesta, a lo que la pobre y educada mujer respondió "Claro". Primero le hizo unas cuantas preguntas inocentes y dejó la broma para el final: "Y por último, ¿se da duchas vaginales?"

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Hubo unos segundos de silencio donde sentí tanta pena por la maestra que me sonrojé. "Esa pregunta es muy personal", respondió al fin, sin saber que al otro lado del teléfono había un grupo de imbéciles que querían molestarla porque no tenían nada mejor que hacer. Humillar cruelmente a nuestra maestra nos hizo reír tan fuerte que tuvimos que colgar. Aún me siento culpable por el incidente y porque a partir de ese momento me di cuenta de que los maestros son seres humanos cuyos empleos los obligaron a interactuar con adolescentes.

Y que, como todos, a veces cometen errores. El problema es que cuando cometen errores en el trabajo, casi siempre es frente a un grupo de niños que todavía no saben qué es la empatía. A continuación les presento los momentos más penosos que nos compartieron algunos maestros:

"Una vez se me cayó una copa vino en unos ensayos y dije que era jugo de uva. Pero eran chicos de secundaria y se dieron cuenta. En otra ocasión estaba trabajando en un colegio religioso de San Francisco y llegué con un chupetón pero dije que un gato me había rasguñado. Pero mis alumnos eran de quinto y se dieron cuenta".
—Chris, maestro de historia

"Una vez el salón olía muy mal y por más que intentaba no podía descifrar quién había sido. Sabía que la peste venía de la mesa que estaba más lejos de la puerta. Tomé una nota rosa, escribí la palabra "evacuación" (en cursiva para que los niños no pudieran leerla ni entenderla), se la di a mi primer sospechoso y lo mandé a la dirección. El niño regresó con un "no" como respuesta en la nota de parte de la enfermera Vicky. Le di la misma nota a otros tres o cuatro niños hasta que encontramos al niño que se hizo popó y por fin descansamos de la peste.
—Sherry, maestra de primer año

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"Escribí la palabra can't en el pizarrón pero no cerré por completo la parte de arriba de la A, entonces decía cunt (vagina) pero no me di cuenta. Toda la clase se estuvo riendo por casi diez minutos hasta que me di cuenta del error".
—Kathleen, maestra de inglés

"Las sorpresas nunca se acaban para los maestros de educación especial. Algunos niños no entienden las reglas y otros lo único que quieren es romperlas. Una vez, cuando el grupo marchaba en fila para formarse con el resto de la escuela, una niña de segundo de secundaria tocó sin querer a Billy, uno de mis alumnos, y éste aprovechó para gritar en pleno auditorio: "¡Esta perra quiere darme por el culo!".

"Es vital no ponerle mucha atención a los ataques negativos de los estudiantes con necesidades especiales porque hace que sigan buscando atención de forma negativa. Fue un reto para mí porque tuve que caminar como si nada hasta llegar al frente de la fila para preguntarle al niño "¿Qué pasa, Billy?".

"Pasa que esta perra me está agarrando el culo".

"En vez de regañarlo, opté por una medida alternativa: 'Ten, te doy 50 pesos. ¿Qué tal si te olvidas de esa perra y vas a la cafetería antes que todos? Ahí nadie te va a agarrar el culo'".
—Greg, maestro de educación especial

"Organicé un juego en la clase y el premio para el equipo ganador eran unos dulces. Pero una niña negra muy impertinente dijo '¿Nada más unos dulces?'. Quería responder algo como 'No los puedo invitar a comer a todos' pero lo que salió de mi boca fue '¿Qué prefieres, pollo frito?'. Ni siquiera terminé de decirlo cuando la niña respondió 'Es porque soy negra, ¿verdad?'. A toda la clase —incluyendo a la niña y a mí— le dio risa pero después dije '¡No! ¡Me refería a que si querías comida de verdad!'".
—Rob, maestro de inglés

"Todos los miércoles empiezo la clase con una canción. Un día, los niños se veían un poco apagados, entonces les propuse que se pusieran a cantar en su mesa. Me imaginé que iba a ser como en la película La sociedad de los poetas muertos pero nada que ver. De pronto, unos niños se pusieron a bailar en las mesas mientras otros corrían y saltaban de una mesa a otra. Estaba seguro de que alguien se iba a romper la cabeza. Fue muy peligroso".
—Stephen, maestro de tercer año

"Todos los años les pido a mis alumnos que escriban un discurso convincente sobre el tema que prefieran. Les pido escojan un tema que les interese mucho y que no se preocupen porque no hay parámetros en los temas. Este año, un estudiante escribió un discurso para convencer a la dirección que es necesario establecer una edad mínima para los maestros que contrata la escuela".
—Jillian, maestra de 23 años de edad

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