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Lo sexy y lo cruel

Se me descongeló el bistec

Una mujer escribe sin pena ni tapujos sobre la menstruación. Su reflexión invita a preguntarse ¿Por qué será que lo que sale de nuestros cuerpos ofende e incomoda tanto?

Hoy, mis caritas de popó, vamos a hablar de cómo percibimos la capacidad del cuerpo femenino para sangrar durante más de tres días y no morirse. No vamos a abordar el trip biológico pero, para quienes ocupen una refrescadita, les encontré una caricatura de Disney como de secundaria cincuentera.

Durante mucho tiempo y en bastantes sociedades se consideraba a la menstruación como algo extremadamente sucio e incluso venenoso. Durante toda la Edad Media, no se les permitía a los sanguinolentos humanos tocar alimentos, bebidas y mucho menos estar cerca de las cosechas por miedo a que se echaran a perder, y había quienes de plano decían que las féminas sangrantes estaban poseídas por el demonio.

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Muchos pueblos usaban cabañas apartadas para que las mujeres menstruantes hanguearan allá mientras la marea roja pasaba. Algunas de esas “cabañas” son francamente culeras, pequeñas chozas mal hechas en donde apenas cabe una persona y que aún se usan en unos cuantos lugares; las chavas son alimentadas por algún familiar (que tampoco las puede tocar) y quedan a merced del clima y de los animales salvajes del rumbo.

Otras eran mucho menos pinches, varias tribus nativas americanas veneraban a las mujeres menstruantes y las consideraban guías sagradas. Las cabañas eran lugares a donde las mujeres se retiraban a meditar y purificarse, a estar con los espíritus y fortalecer los lazos con otras mujeres.

No sólo los nativos americanos veneraban este aspecto de la feminidad, hay quienes afirman que las primeras sectas cristianas usaban sangre menstrual en sus ritos y sólo después pasaron al simbolismo del vino y la sangre de Dios. También hay muchos mitos de creación que hablan de la “sangre lunar” como la materia prima con la que fueron creados los hombres.

Pero bueno, la neta es que la idea más popularizada es la del asco y la toxicidad. Durante la primera parte del siglo 20, los médicos occidentales empezaron a hablar de la “menotoxina” el veneno dentro de la menstruación; le inyectaban sangre menstrual a animales, hacían experimentos con sudor y demás prácticas edificantes que realizan nuestros buenos hombres de ciencia. Hasta después de 1995 se aceptó generalmente la idea de que lo que sale cuando nos baja es el endometrio, o sea, sangre y tejidos que no se usaron para recibir y nutrir a un embrión.

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Ahora, todas estas concepciones, ideas, mitos y demás se reflejan, de cierto modo, en el desarrollo de “tecnologías” para manejar el sangrado, así como en el modo de popularizarlas. Antes que nada, aunque hay registros de uso de esponjas, lana, musgo, papiros, pieles y demás desde las primeras civilizaciones, los productos de higiene femenina, como hoy los conocemos, se crearon durante el siglo 20. Por ejemplo, hay mucha gente que cree que las europeas de 1700 a casi 1900 no usaban nada, sangraban a través de la ropa o de plano dejaban un rastro de sangre a su paso.

Hasta un poco antes de 1920, las toallas sanitarias eran lavables y tenías que usar una especie de cinturón para mantenerlas en su sitio, pero durante 1920 y 1935, se empezó a crear ropa interior femenina para poder usar las toallas (antes de eso, los calzones no tenían entrepierna para que pudieras ir al baño sin tener que bajártelos).

También durante los 20s varias compañías empezaron a lanzar toallas desechables, resulta que las que realmente tenían éxito eran las que se vendían en paquetes simples y cuadrados, con sólo el nombre de la marca en la caja. Estaban en los aparadores de las farmacias, junto a un bote donde ponías el dinero para no tener que pedirle toallas al buen hombre que te atendía. La vergüenza estaba tan arraigada que, en 1928, Johnson & Johnson lanzó una onda de “cupones de venta silenciosa” para que sólo le pasaras el papelito al vendedor.

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Los mismos vatos de Johnson & Johnson topaban que a las chicas nomás no les ponía ver anuncios de toallas sanitarias, así que, en los 40s, lanzaron una marca completamente nueva que mezclaba moda con un eslogan que no decía prácticamente nada: “Modess… because” Y fue un hitazo.

En los 70s Stayfree lanza la primera toalla con adhesivo y, a partir de la década de los 80s, las marcas compiten agregando perfumes, probando nuevos materiales y mejorando el diseño de las toallas.

Durante los 30s se desarrollan los tampones con aplicador, aunque no tienen mucho éxito porque se consideraba poco higiénico tener que tocarte la pucha para ponértelos, sin contar la idea (todavía más o menos popular) de que usar un tampón hace que pierdas la virginidad.

En los 70s, cuando realmente se popularizan, se venden con estuches para traerlos en tu bolsa sin que nadie lo note y los anuncios apelan justamente a eso: discreción, el trip es que nadie sepa que te está bajando.

En 1980, Procter & Gamble lanza un tampón sintético turbo absorbente que se llamaba Rely, en ese año 36 mujeres mueren por síndrome de shock tóxico, que se asocia al uso de tampones aunque la controversia se limita a esa marca, que fue retirada del mercado, y pasados unos años sólo se implementa la recomendación de no usar un tampón por más de cuatro horas.

La mayoría de la banda dice que el desarrollo de estas tecnologías se debió al aumento de esperanza de vida, a que las morras tuvieron que empezar a trabajar a partir de las dos guerras mundiales, al hecho de que nos empezamos a casar menos jóvenes y a la popularización de los anticonceptivos. Parece que antes las mujeres tenían unas 150 reglas en su vida y ahora tenemos unas 450, eso, sumado a la transformación del rol femenino y a los ideales de eficiencia, conveniencia y productividad que trajo la era industrial creó la demanda suficiente como para generar estos productos.

Lo curioso es que, en cien años, la esencia del discurso no ha cambiado, reiteramos que la menstruación trae una vergüenza inherente. La constante son las ganas de hacer como que es algo que no pasa, aunque pase cada pinchi mes. Todos tenemos una relación mediada, un tanto distante y hasta vergonzante con nuestros propios cuerpos pero hay que admitir que, culturalmente, las morras tendemos a lucirnos un poco más en esto, desde pretender que no cagamos, hasta esta extraña pena o asco propio por tener un ciclo reproductivo. ¿Por qué será que lo que sale de nuestros cuerpos ofende e incomoda tanto?

Lee más de sexo en nuestra columna Lo sexy y lo cruel. 

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