Perfiles VICE: El sociólogo del bajo mundo
De los mafiosos italianos a los taxistas de Nueva York, Gambetta se ha especializado en los códigos y las lecturas cotidianas de grupos sociales disímiles. Fotos por Juan Masullo y archivos personales.

FYI.

This story is over 5 years old.

Perfiles

Perfiles VICE: El sociólogo del bajo mundo

¿Qué tiene para enseñarnos un hombre que estudia a los jihadistas suicidas, a los presos, a los taxistas y a los mafiosos italianos?

La lluvia matinal me forzó a dejar mi bici y tomar el autobús. A bordo de la línea siete de la ATAF, la compañía de transportes de Florencia, me topé con Diego, quien también alterna entre su bicicleta y el autobús para subir las colinas florentinas en dirección a Fiesole. Diego se rehúsa a usar coche. De hecho, no tiene uno y en ocasiones le he escuchado decir en broma: "Conducir es para el proletariado; a la aristocracia le gusta que otros le manejen".

Publicidad

Fundada aproximadamente en el siglo VIII A.C., Fiesole es una pequeña comuna toscana con no más de 15.000 habitantes, de irresistible encanto: referencias a ella se encuentran tanto en la Divina comedia de Dante como en el Decamerón de Boccaccio. En medio de estas colinas, que a diario reciben centenares de turistas y que ofrecen una perspectiva privilegiada para apreciar Florencia, se encuentra el Instituto Universitario Europeo (IUE), un centro de investigación académica fundado en los años 70 por los países miembros de la Unión Europea. Allí, el italiano Diego Gambetta, en licencia de la Universidad de Oxford, está concluyendo Los ingenieros del Yihad, su próximo libro, en el que explora los vínculos entre el comportamiento violento extremo y la educación, y busca explicar por qué la mayoría de los islamistas radicales del Yihad son ingenieros (con Steffen Hertog, Engineers of Jihad: What education can tell us about violent extremists).

En el trayecto del bus, con su seriedad jocosa característica, me pregunta respecto al libro que lee uno de los pasajeros a bordo: "Juan, ¿usted entiende lo que quiere decir ese autor?". Aunque bien podría tratarse de cualquier otro "macrosociólogo", se refería a Zygmunt Bauman, bestseller del mundo sociológico que con margen sobrepasó los límites estrechos del mundo académico. Antes de articular una respuesta inteligente y honesta, él añade: "Porque yo, la verdad, le entiendo poco". Que un científico social de su talla no entienda lo que dice un sociólogo de difusión que seduce largas audiencias, no precisamente sofisticadas, es una revelación, por decir lo menos, inesperada. Para quienes lo conocemos mejor y entendemos ya de su ironía, una declaración así no cae por sorpresa. Sé bien que algo más está por venir. Diego continúa y explica: "De Jon Elster, colega y amigo cercano, aprendí una cosa importante: si leo algo y no lo entiendo, lo leo otra vez; si la segunda vez no entiendo y estoy de buen ánimo, lo leo una vez más. Si no entiendo, dejo así. Es culpa suya, no mía".

Publicidad

En este simple intercambio se ponen de manifiesto algunas de las principales cualidades de la obra de Gambetta, así como una de las batallas que más lo excita. Diego se opone férreamente a lo que llama el "oscurantismo" en las ciencias sociales, una palabra que encuentra más cortés que bullshit pero que en esencia se refiere a lo mismo. Batalla contra la tendencia común en las ciencias sociales a usar una jerga incomprensible y a proponer teorías globales sobre prácticamente todo que, al final, terminan por decir nada. Su posición es radical: "Detesto la jerga. Es el maquillaje que se usa para encubrir la vacuidad de la teorización pobre. Cuando me encuentro con jerga, paro de leer".

Diego se inclina por preguntas concretas, claramente delimitadas para estudiar los procesos de toma de decisión de los individuos. Lo motiva entender los microfundamentos del comportamiento social, las tuercas y tornillos de la sociedad, y se esfuerza por escribir con claridad. Está convencido de que el problema de un escritor poco preciso es que si bien puede ser una gran mente, nunca lo sabremos. Así, con ironía, se autodescribe como un sociólogo más bien aburrido que cree que su función es sencillamente la de explicar fenómenos sociales con teorías del comportamiento razonables, con base en información empírica confiable, presentada con claridad y precisión. No cree que la tarea de las ciencias sociales sea la de cambiar la forma en que la gente ve el mundo, mucho menos cambiar el mundo vía peroración. En el mejor de los casos, afirma Diego, lo que la ciencia social puede ofrecer es conocimiento incremental. Y a esto se dedica con exigencia.

Publicidad

Sin embargo, esto no es lo que único que hace de Diego Gambetta un sociólogo singular. Aparte de su claridad argumentativa, elegancia teórica y rigurosidad metodológica, su obra atrae por aquello que explora: comportamientos humanos que desafían el sentido común y la racionalidad. Diego es uno que estudia lo que no se supone, lo que nuestra intuición no espera. Esto es lo que tiene en mente cuando le dice a sus estudiantes que, para empezar, vale la pena encontrar un fenómeno cuyo porqué no entendemos, una correlación inesperada, eso que en inglés llaman un research puzzle: "No es un tipo fácil de satisfacer. Pero no se trata solo de eso: para trabajar con él hay que lograr algo complicado, estudiar algo que no aburra", me dice uno de sus estudiantes doctorales. Y la verdad, me consta, le aburren bastantes cosas.

Pero Diego, como predica, aplica. No tiene duda de que la mejor forma de convencer a otros sobre el valor de hacer las cosas de una determinada manera es a través de ejemplos concretos de su propia investigación. En su trabajo se plantea acertijos y busca resolverlos con modelos simples y mostrando a través de teorías claras que los hechos que vemos, por raros que aparezcan, esconden una lógica. Así, en su más reciente libro se pregunta por qué en las cárceles los prisioneros que más se dan en la jeta son los más débiles, los que tienen sentencias más cortas o cuentan con un historial de violencia más sobrio; y en un artículo que tiene en el tintero busca explicar por qué entre los libros que más se roban de las bibliotecas de las universidades de Cambridge y Oxford, están aquellos sobre religión y moralidad.

Publicidad

Aunque esto de los libros es todavía un misterio, la aparente paradoja de los prisioneros ya tiene una respuesta. La cosa es así: los que pueden despertar miedo y respeto entre sus compañeros de prisión mostrando su hoja de vida criminal, no necesitan pelear. Las peleas surgen cuando lo que uno ha hecho afuera no es suficiente para comunicar cuán berraco y digno de respeto es. ¿O ustedes creen que a Popeye le tocó hacer mucho en la cárcel para que los demás supieran que era uno al que había que respetar?

Aunque lo que lo mueve es el estudio del comportamiento humano, no estudia cualquier tipo. Encuentra un sabor especialmente seductor en el comportamiento extremo. Es esta inclinación la que lo ha llevado a explorar no solo a quienes participan en misiones suicidas (El sentido de las misiones suicidas, original en inglés, 2005), sino también a los mafiosos sicilianos, los spartakistas, las Brigadas Rojas, los white supremacists en los Estados Unidos, la Yakuza en Japón, los nazis y neonazis (Codes of the Underworld. How Criminals Communicate, 2009). Este menú, sin duda explosivo, lo atrae porque reúne un conjunto de comportamientos que tienen lugar fuera de los arreglos institucionales a los que estamos habituados, fuera de los lineamientos mainstream de la sociedad. A fin de cuentas, se trata de gente que hace cosas que uno no espera y que enfrenta dilemas que nosotros, la gente de a pie, no enfrentamos.

Publicidad

¿Cómo aterriza alguien en estos lugares de la ciencia? Sus años de colegio arrojan las primeras pistas. Recuerda que haber estudiado Historia de la Filosofía en el liceo (el equivalente italiano al bachillerato) cuando tenía 16 años fue vitalizante: "Gracias a ella entendí que el mundo no era tan aburrido e insípido como pensaba". Sin embargo, años después, como estudiante de Sociología de la Universidad de Torino, su ciudad natal, aunque continuó entregado a lectura de la filosofía, Diego la pasó mal. Cuenta que sus años universitarios fueron una catástrofe y hace una confesión definitiva: "No aprendí nada e incluso desaprendí cosas importantes que me habían enseñado en el colegio". En esos días de principios de los años 70, las respuestas a preguntas de cómo el mundo funciona se buscaban solo en el marxismo y en el estructuralismo. Los individuos, sus intereses, sus creencias, sus inclinaciones cognitivas y sus rasgos evolutivos no jugaban ningún rol. Recuerda que los individuos eran tratados como si fueran marionetas, totalmente despojados de control sobre sus destinos. Todo era resultado de algo llamado las 'fuerzas de la historia'.

Los procesos de toma de decisión obsesionan a Diego Gambetta. Desde los años 80 viene estudiándolos en sus libros.

Este disgusto férreo por las modas de la sociología de su época lo llevó, en su tesis doctoral, a poner esta forma de ver el mundo bajo estricto examen empírico y a explorar nuevas fronteras teóricas y experimentar con métodos poco conocidos para la sociología de entonces. En este proyecto, sin embargo, poco había de criminales, prisioneros e ingenieros suicidas. Su tesis la escribió en el campo de la educación, un tema nada inusual para la sociología clásica. Explica, no obstante, que su interés en la sociología de la educación surgió de la vida real: "El sistema educativo de la Italia fascista jodió los chances educativos de mi padre, que era brillante. Lo rajaron porque no podía digerir el latín. Pese a que era top en matemáticas, no pasar latín fue suficiente para que lo echarán del colegio". Me comenta que este suceso familiar seguramente lo inspiró para estudiar la forma en que las instituciones educativas, la clase social y las elecciones individuales se combinan para forjar el destino de las personas, indagación que luego devino en su primer libro publicado en inglés: Were they pushed or did they jump? (1987).

Publicidad

Si la licenciatura no le gustó, el postgrado lo apasionó. Tanto que terminó su doctorado en la Universidad de Cambridge en tiempo récord: ¡dos años! Cuando se le pregunta cómo lo logró, desvía la atención de sus excepcionales cualidades intelectuales explicando que no hay nada mejor para clavarse a estudiar que compartir oficina con un doctorando desagradable: "Todos los días tenía a este personaje frente a mí sorbiendo mocos. No podía darme el lujo de levantar la cabeza de mis papeles. No podía verlo".

Cuando se le pregunta sobre su infancia, una de las primeras palabras que le vienen a la mente es libertad. "Mis padres nunca me dijeron qué hacer en la vida. Sencillamente me apoyaron. Pude haber tomado la dirección profesional que hubiese querido, incluido el trabajo manual". Esta libertad está en la base de sus curiosidades e intuiciones, de su impresionante agilidad y precisión intelectual. Y ha sido así porque se trató de una libertad diferente, una que de verdad estimula el pensamiento, los merodeos, la perspicacia. "Es una libertad", dice Diego, "asociada a unos tiempos donde había menos distracciones baratas y tentadoras que las que tienen mis hijos hoy. Yo era libre para divagar dentro de mi propia cabeza sin que nadie o nada hiciera 'ruido' a mi alrededor".

Ahora bien, volviendo a los criminales, ¿por qué es interesante, incluso importante, estudiar su comportamiento? Diego lo tiene muy claro y lo explica bien. Los criminales tienen una serie de características que los hacen especialmente apropiados para este tipo de investigación: respecto al ciudadano promedio, son más proclives a dejarse llevar solo por su interés individual, así como menos propensos a prestarle atención no solo, claro está, a las normas legales sino también a las normas sociales. Es decir, a esas normas que en la sociedad tenemos, entre otras, para matizar los efectos antisociales del autointerés.

Publicidad

Segundo, se la juegan toda con sus elecciones: si la hacen bien ganan un montón y muy rápido, pero si les sale mal pueden perder todo igualmente rápido. Tercero, estos tipos se mueven en un contexto de depredación constante: todos quieren sacar la mejor tajada y aprovecharse del que está al lado. Ante la más mínima oportunidad, alguno intentará sacar provecho del otro con más astucia y entusiasmo que en el mundo ordinario. Así las cosas, para sobrevivir, los criminales operan bajo una fuerza constante que los presiona a comportarse racionalmente: hacer lo que es mejor para ellos sin pensar en los costos que sus acciones pueden infligir en otros. Respecto al ciudadano promedio, los criminales actúan sin escrúpulos morales o preocupación alguna por los demás.

Como le atrae lo que no se supone, ha sido en este mundo de rapiñas y puñaladas por la espalda donde Diego ha estudiado otros temas como la cooperación y la confianza. Mientras los criminales enfrentan un problema serio a la hora de confiar en sus pares, pueden usar sus propios crímenes para fomentar la cooperación. Por más contraintuitivo que parezca, la lógica es sencilla: si revelar mis crímenes me hace vulnerable ante la ley y un tercero tiene evidencia de lo que yo he hecho, este tiene el poder, así sea tácitamente, de empujarme a comportarme como quiera. De conocer sus crímenes, lo mismo aplica para mí, y así terminamos por hacernos 'buenos amigos'. Diego argumenta de aquí que el intercambio de información delicada y comprometedora, de esta manera, puede favorecer la cooperación incluso en quienes tienen todas las razones suficientes para desconfiar entre sí (The Codes of the Underworld, capítulos 2 y 3).

Publicidad

Esta lógica no parece limitarse a los grandes criminales. En un reciente artículo, Diego encuentra que el mismo mecanismo aplica para los jóvenes que no se comportan como la sociedad espera.

Los adolescentes que beben, fuman, pelean o 'capan colegio', emplean este mismo raciocinio a la hora de escoger a sus amigos: entre dos personas que le caen igualmente bien, el adolescente 'desviado' muestra una preferencia por aquel que también ha incurrido en comportamientos 'desviados'. Sencillamente, aquellos que también han 'capado clase', se han fumado un porro o se han emborrachado son más confiables que el ñoño, en el sentido en que son menos proclives a denunciar ante los padres o el colegio el 'mal' comportamiento del otro (con Jennifer Flashman, Thick as Thieves. Homophily and trust among deviants, 2014).

Aunque al ver su obra entera es fácil identificar múltiples puntos de conexión y una importante coherencia interna, Diego comenta que no tenía un plan diseñado: un tema lo fue llevando al otro. Fue así, por ejemplo, que estudiando de cerca la mafia siciliana (La mafia siciliana, original en inglés, 1993) aprendió que sus miembros eran unos maestros en el arte de transmitir (y leer) mensajes sutiles y se interesó en el estudio de los símbolos que usamos intencionalmente con el propósito de hacer que otros piensen algo particular sobre nosotros. Especialmente cosas que no son fácilmente observables como, por ejemplo, que pueden confiar en nosotros, que somos generosos, inocentes o que nos le medimos a todo. Otra vez fueron experiencias de la vida real las que, en parte, lo motivaron a estudiar los códigos de la comunicación intencional, bien sea honesta o fraudulenta. Se trata de lo que en inglés se llama signalling. Tatuarse la cara con un símbolo de una pandilla para señalar lealtad o matar a un miembro de la familia para mostrar determinación son el tipo de símbolos que estudia Diego.

Publicidad

Durante su trabajo de campo en Palermo entre mafiosi (1986-1987), Diego cuenta que escuchó la historia de un investigador canadiense que hace poco había salido corriendo de la ciudad. Alguien le había robado su ropa sucia en una lavandería y pocos días después la encontró, lavada y planchada, en el mismo lugar donde la había perdido. Al lado, un mensaje simple: buon viaggio. Un año más tarde, poco después de haber terminado con su trabajo de campo, le tocó a él.

"Un anónimo con cierto acento siciliano se consiguió el número de teléfono de mi apartamento en Roma. Sin presentarse, me preguntó primero si estaba llamando a tal y tal número, una señal buena de que verdaderamente tenía la intención de llamar a mi número y de que no se trataba de una equivocación. Después me hizo una pregunta extraña: '¿Estoy hablando con la iglesia de La Madonna del Riposo?' Tras mi negativa un poco perpleja, me preguntó: '¿Por casualidad sabe dónde está ubicada? Justo después de colgar busqué el templo y una mirada rápida en el directorio reveló que la iglesia estaba en el cementerio más cercano de donde yo vivía. Uno debe ser muy prudente al interpretar estos eventos, pues es posible que haya sido un loco. Y uno debe cuidarse de no volverse demasiado paranoico".

Convencido por el potencial explicativo de las teorías del signalling, Diego llevó este interés fuera de los confines del inframundo. Cambió Palermo por Nueva York y Belfast y los mafiosi por los taxistas. En una ciudad como Nueva York, donde quienes conducen taxis frecuentemente han sido objeto de robos violentos, y en otra como Belfast, donde los taxistas han caído en las garras del violento sectarismo religioso, asegura que "ser taxista es un negocio peligroso". No pueden confiar en cualquiera que se la pase de posible pasajero. Para seleccionar a sus clientes, un taxista toma decisiones casi instantáneas y con información muy limitada. Para decidir a quién recoger y a quién no, los taxistas deben aprender a leer símbolos con rapidez. Exactamente esto es lo que explora, con base en evidencia etnográfica, en Streetwise. How Taxi Drivers Establish Their Customers' Trustworthiness, un libro publicado en 2005 (con Heather Hamill).

Por estos días, Diego termina con Los ingenieros del Yihad y, entre otras, diseña y conduce experimentos. En un proyecto colectivo en curso, Strangers (www.strangers.it)), se esfuerza por evaluar por primera vez con evidencia experimental algunas de las muchas conjeturas que se han propuesto para explicar diferencias en las disposiciones comportamentales entre los italianos del norte y los del sur. ¿Es cierto que los primeros cooperan más que los segundos? ¿Es cierto que confían más? ¿Por qué? Como italiano, es un tema que lo ha inquietado siempre y, como con muchas otras preguntas, no queda satisfecho con las respuestas que otros han dado ni con la evidencia que se ha presentado.

A su vez, Diego está interesado en publicar una traducción al español de TheCodes of the Underground. How Criminals Communicate. Lo encuentra particularmente oportuno dada las realidades criminales de muchos de nuestros países. Dice que, de ser necesario, estaría incluso dispuesto a enriquecer la traducción con un prefacio sobre lo que llama "la ultraviolencia casi teatral que hoy afecta al 'semiestado' de México".

Y es que Diego no es ajeno a Latinoamérica, mucho menos a Colombia. Hace poco me sorprendió cuando me puso a escuchar los éxitos originales de Buitrago y a Totó la Momposina mientras cenábamos en su casa. Además, hace un par de años, cuando en su seminario utilicé ejemplos de la alcaldía de Antanas Mockus para ilustrar un argumento sobre cómo el comportamiento individual puede inesperadamente resultar en comportamiento colectivo via pasos incrementales, me enteré de que eran amigos. Diego lo conoció en 2003 a través de Jon Elster, su amigo y colega del grupo de los marxistas analíticos, también conocidos como los marxistas no-habla-mierda (non-bullshit Marxist group) en una conferencia en la Universidad de Columbia.

La amistad entre ambos no solo llevó a Diego por Colombia, también condujo a Mockus a la Universidad de Oxford por un semestre en 2005. Allá, según cuenta Diego, Antanas no solo compartió con estudiantes y profesores su "experiencia como alcalde de Bogotá y sus sofisticadas reflexiones analíticas al respecto", sino también "aprovechó para familiarizarse con nuevos estudios comportamentales". Esta experiencia, le confesó a Diego, le fue muy útil para clarificar algunas ideas que consagró en su plan de gobierno durante la campaña presidencial de 2006. Ideas para desarrollar políticas innovadoras que ayudaran al país a salir de sus espirales de criminalidad y violencia.

Así que no descartemos la posibilidad de ver a Diego de vuelta por Colombia, quizá con otro de los no-habla-mierda. Al fin y al cabo, para bien y para mal, comportamiento extremo es lo que nos sobra en el país. No nos vendría mal un poco más de confianza y cooperación, y menos avispe, para seguir saliendo del hueco.