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Cultură

Me metí por accidente en la comunidad fetiche de los ‘alimentadores’

Mi gordura es mía y no la pondré al sometimiento de nadie.

“Entonces… ¿puedo alimentarte?”

Si me dicen eso en un contexto típico como, digamos, mientras estoy en la fiesta de mi tía italiana separada, entonces la respuesta normal sería: “Claro que sí”. La comida es emocionante. El acto de alimentar y ser alimentado te hace conversar, forjar lazos y crea una comunidad. Además simplemente se siente bien chido comer cosas ricas.

Sin embargo, bajo el peso de un vato fornido, de 1.80 metros, en un colchón desarreglado en medio de la nada en Brooklyn, eso era lo que menos esperaba escuchar. Dave era mi tercera cita de OkCupid, quien, hasta ese punto, parecía demasiado bueno para ser verdad. Era alto y más o menos guapo con una barba bien arreglada. Tenía hobbies nerds como el pinbally su gusto en música y películas estaba cerca de ser inspirador. Acababa de pasar una noche de sábado detrás de la cabina de su set de DJ bebiendo whiskey tras whiskey y entablando una conversación ingeniosa.

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Bien. Tres horas y varias bebidas después, nuestra pasión avivada por el whiskey nos llevó a enredarnos en un abrazo ridículo. Una gota de su sudor cayó peligrosamente cerca de mi boca una o dos veces pero él era divertido y su barba olía como a jabón, entonces no me molestó. Pero de pronto su conducta aparentemente atrevida pareció tímida. Quería probar algo. Me preguntó si podía alimentarme.

Los fragmentos de la noche llenos de alcohol y sudor de repente se unieron para formar un mosaico horriblemente claro. Eso era. Estaba frente a un feedero alimentadoren persona.

Como soy una linda chica gordita que se interesa en la política y sabe cómo usar internet, me topé con el término en uno de mis viajes cibernéticos. También conocidos como apreciadores de la gordura o cazadores de regordetes, los alimentadores obtienen placer erótico del acto de alimentar a su pareja —su feedee o alimentado—hasta el punto en que están llenos por completo y se sienten mal. El internet ha hecho cosas monumentales para los apreciadores de la gordura o para los feedees potenciales. Los foros de chat como Fantasy Feeder proporcionan un ambiente de acogedor para que estos individuos compartan sus fantasías sexuales, su progreso al engordar y opiniones personales acerca del fetiche que comparten. Este movimiento está encabezado en su gran mayoría por hombres, está lleno de chicos que buscan alimentar mujeres y estos espacios en la red permiten que exploren sus deseos tabú en secreto. Los webcams son a menudo un medio popular a través del cual los alimentadores pueden saciar sus deseos sin hacer mucho más que levantar un dedo. A los alimentados que aparecen en estos webcams se les suele pagar para que se atasquen de comida frente a la cámara y para que hagan un juego de barriga, durante el cual el individuo toca de forma erótica su estómago en crecimiento; a algunos incluso les mandan comida y regalos directamente de parte de sus admiradores en internet.

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Los que se atribuyen este fetiche lo describen como una orientación sexual, y alegan que los fundamentos psicológicos de esta predilección son un reminiscencia, si no es que están dentro, del ámbito de la cultura BDSM (sadomasoquismo). El alimentador obtiene una sensación de poder y dominio a través del acto de alimentar y, por lo tanto, ser responsable del cambio en el cuerpo de su pareja, que suele resultar en obesidad severa, pérdida de movilidad e inhabilidad para realizar hasta las tareas más cotidianas de la vida sin la ayuda de su pareja. Con frecuencia, los alimentados sienten un alto grado de libre albedrío en su decisión de engordar. La gordura es un tabú evidente en nuestra cultura; decidir engordar por cuenta propia es, por lo tanto, el máximo acto de libre albedrío y transgresión.

Es difícil quedarse cruzado de brazos e intentar analizar un fetiche por el cual no te sientes atraído. El sexo es algo raro por naturaleza. A la gente le parecen eróticas miles de cosas, como orinar sobre las bocas amordazadas de sumisos atados y usar disfraces de mascotas, así que, después de todo, ¿qué tan jalado es un fetiche de comida? Quizás es psicológico o tal vez sólo una preferencia. Mientras le guste a las dos partes y se hayan aventurado a esta incursión sexual estando al tanto de las consecuencias, no hay mucho que alguien pueda hacer para detenerlos. Así que, diviértanse. Creo.

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¿Pero cómo es que yo podía no tomarlo personal? De pronto me estaba pateando a mí misma por todos los momentos que me había emocionado al hablar de comida o insistido acerca de las increíbles propiedades del la levadura del pan. Después recordé que hacía no mucho, cuando estábamos en el bar, el chico en cuestión me había apretado el estómago de una manera larga, eterna y sensual. En mi gloria alcoholizada creí que podía ser algo tierno o cariñoso. Ahora sólo parecía algo muy jodido.

No pude evitar tomarlo como una agresión porque de repente la figura de mi cuerpo y mi fascinación con la comida se había vuelto un ser sexual inherente. Ya no era Julia la que disfrutaba hornear, comer ostiones y contar chistes malos. Era una gordita cogible pidiéndole a Dave que me alimentara.

Cuando le dije que no y me solté de su abrazo sudoroso, Dave se deshizo en disculpas. “Aún me gustas”, dijo. “Sólo creí que tal vez te gustaba eso”.

Ok, lo entiendo. Soy gorda. Está bien. En tiempos de silenciosa desesperación financiera llegué a considerar la idea de comer Oreos de manera sensual para ganar algunos centavitos de forma rápida. Pero ahora que me encontraba en la disyuntiva, no iba a depender de que mi hobby favorito se volviera una cuestión de sumisión sexual.

Dejé de ver a Dave poco después del incidente y puse una serie de emoticones de cuchillos junto a su nombre en mi teléfono. Pero me pregunto qué habría pasado después si hubiera dicho que sí. ¿Se habría escabullido a su closet y sacado de repente una enorme caja de Twinkies viejos del ‘87 con la esperanza de que me comiera los pastelillos fálicos radioactivos rellenos de crema? Quizás debí haber dicho que sí; tal vez me habría llevado al Oyster Bar y habría pagado por verme sorber decenas de mis afrodisiacos favoritos. Aunque dudo que pasara lo último ya que se veía que era de esa clase de chicos perfectos, que preferían quedarse en casa y ordenan más burritos de los que puedo recordar.