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La pura puntita

Tianguis

"Una tristeza por los circuitos rotos. El velo con el que cubrimos los vínculos perdidos. Las uniones posibles."

Rodrigo Flores Sánchez es uno de esos poetas que nos gustan porque se ocupan de cosas pequeñas y diletantes que, al unirlas, nos presentan un mundo extraño pero bien configurado. Aquí les traemos Tianguis, su nuevo libro de poemas recién publicado por Almadía.

El mundo no está nunca
silencioso; su mismo
mutismo repite eternamente las
mismas notas, según
las vibraciones que se nos
escapan. En cuanto a las
que percibimos, nos brindan
sonidos, rara vez un
acorde, nunca una melodía.

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Albert Camus

Aguas negras

Una tristeza por los circuitos rotos. El velo con el que cubrimos los vínculos perdidos. Las uniones posibles. Las figuras de la ausencia. Ciertos rituales, lutos. Migraciones hacia no. Los genitales a los que renunciamos en las habitaciones salvajes. Delitos que olvidamos en tu pubis. Discos. Aparatos multimedia. Documentos que, por descuido, dejamos en las mesas de los restaurantes, en las cajuelas de los automóviles. Apreciamos un orden riguroso sin porvenir. No recuperaremos los guantes ni las voces de asfixia. Los niños alojan gestos de sombra. No los delatará tu desprestigio. Dijo que ellas no deberían venir a comer. Los padres, las autoridades que te abandonan producen quemaduras. Desperdicios. Encontraré el intervalo que te permita huir del melodrama. Un carménère para la noche. No debieron venir a comer a la casa para que no las tocásemos. El silencio es traducción precaria de una ojiva: nos fuimos. Me distraje de ella cuando llegamos a la noche. Apropiado para el reforzamiento de vinos de zonas cálidas en las que hay pérdida de ácidos. En las que hay extravíos de uva debido al demasiado silencio. Debido a los acontecimientos, visito tu casa. Orlas de cabello, variaciones capilares, la luz reencontrada propia de Burdeos. Sus rizos con rastros de lo que dices. Producción de saliva en la parada del micro. Imbuido de ti. Te llevé rosas antes del corte, te obsequié chocolates. Me oculto bajo la mesa para escribirte que me puse a botar una pelota y no verte. A castigar mi pelvis. Experta en cáncer de mama. Me puse a repetirte. A dibujar su cavidad. A formular tonadas emblemáticas con su nombre. Rebobino la película. En su sabor se encuentran chocolate y notas de frutas rojas, bayas y especias. Me imbuyo para mirar su mirada. Indago al muerto. Toqué tu puerta y salí corriendo. Me pones carismático. Pones tu cabeza en la mesa donde meso tus cabellos. No celebramos los besos en la piscina. Se sugiere servirlos con cordero y otras carnes.

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Vida de santos

Escuchamos el apareamiento de gatos. Dibujamos países serenos cuando los felinos se riñen. Actúas como mártir, te gusta imaginar que provienes de una vida ejemplar. Nuestra ropa forma montículos de diversos colores. Está dispuesta arbitrariamente sobre rosetones naranjas. Ella se asusta y mide las dimensiones del cuchillo. Su orondo desliz en el viento. Su agudo ingreso en la carne. Encontré la llaga en su mano. Observé el cuchillo con que ovilló su hagiografía. ¿Pelaba zanahorias? ¿Hacía la ensalada? ¿No midió la navaja? ¿Voluntariamente deslizó el acero en el aire? ¿Calculó la entrada en su mano? Santa Águeda con el seno cortado. Santa Felícita muerta con sus hijos. Tenemos alergia a la saliva de gato. Busqué a la cucaracha en la habitación. Estornudamos. Pisé una paloma mientras corrimos en el parque. No quería asustarla. Santa Filomena traspasada con flechas. Santa Prisca arrojada a los leones. Escucho a las piedras rasparse. Escucho a sombras unirse. Veo a nuestras paredes engendrar ropa escarlata. Ella sostenía el cuchillo y gozaba. Es una isla rodeada por montañas de ropa. Reía y bailaba. Confiado, interrogo a nuestras cicatrices.

Experimentamos éxtasis. Nos cubrirán las costras si no bisbiseamos. Arrojé mi cabeza contra la puerta. Puse los ojos entre mis manos. Lobo, ¿estás ahí? Vaciamos los cajones mientras buscamos vendas para suturar las heridas. Introducimos cucarachas en nuestra boca para saber si vivimos. Asciende la ropa cuando los insectos recorren el cuarto. Es peligroso escuchar a los gatos acoplarse porque se matan. Él quemó sus cabellos y le susurró cosas sucias. Me gustaría saber qué cosas le dijo. Observamos gritar a los gatos en el país de los mártires. Ahora sólo hablamos de cómo impedir el paso a los bichos. Tal vez con el dedo me señaló a mí y, musitando, apuntó a más de mil hombres que el amor hizo que dejaran esta vida.

Anteriormente:

Ciudad fantasma

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