El pulpo es motivo de fiesta en Galicia

Comer pulpo a la gallega, en Galicia, es una experiencia magistral. Cierto, los mariscos dominan la cocina gallega, pero el pulpo es el embajador de la región. No sé si es el agua, la olla de metal, o las manos de los expertos que lo preparan lo que lo hace tan especial. No sé si es sólo la tradición o la romántica idea de comer pulpo a la gallega en una feria de pulpo, pero algo me llevó a hacerle un breve homenaje a este platillo sencillamente sabroso.

El chiste es comerlo en alguna de las cientos de ferias de pulpo que se llevan a cabo en Galicia. Sea verano o invierno, siempre habrá una feria de pulpo en algún pueblo de la ciudad. Es cierto que este platillo se puede comer en todo el mundo, pero nada se compara con los panes de leña, el interminable vino y la alegría de la gente que asiste a la feria con una sola encomienda: comer pulpo a la gallega hasta hartarse —aunque en algunas ferias también se sirve carne y chorizo criollo—.

El ritual es simple: te sientas en una mesa communal, te colocan una servilleta de papel sobre la mesa (que realmente no ayuda mucho), te sirven sendos trozos de pan de leña recién hecho y un vaso pequeño con palillos. Para acompañar: vino blanco o tinto muy jóven, con alto contenido de alcohol, servido en tazas de cerámica. El pulpo llega sobre un plato de madera curtida, bañado en abundante aceite de oliva y sazonado con pimentón dulce o picante. Se pincha con los palillos y se come así, bocado a bocado, palillo a palillo. Como postre, en las ferias del pulpo se sirve café de olla y queso tetilla (muy cremoso, suave, entre ácido y salado), con membrillo fresco.

A la segunda copa de vino, al segundo plato de pulpo, sientes que puedes cambiar al mundo. Aunque después de esta banquete lo que realmente se hace es echarse una siesta.