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Cultură

La 'madame' afgana que ayuda a trabajadoras sexuales a hacerse cargo de su salud sexual

Cuando no está ocupada supervisando la red de trabajadoras sexuales, la madame y educadora sexual lidera los esfuerzos de prevención de VIH en Afganistán.
Foto por AFP via Getty

Este artículo fue publicado originalmente en Broadly, nuestra plataforma dedicada a las mujeres.

En "Unscrewing Ourselves," exploramos el estado del sexo de hoy, resaltando a los individuos que están cambiando nuestra salud sexual para bien.

En una tarde de agosto, una pequeña madame de mediana edad se sentó en una oficina en Kabul. Lleva en la industria alrededor de diecisiete años y aparentemente anda muy ocupada.

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Qadria (quien pidió usar este nombre para proteger su identidad) es también una educadora de salud sexual en la organización Bridge Hope Health, una organización no gubernamental afgana que está implementando un pequeño Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo a nivel regional (UNDP, por sus siglas en inglés), y un fondo de subvenciones para la prevención del VIH. Ella y otra colega educadora han conducido extensas visitas a las trabajadoras sexuales de Kabul. La meta de la organización Bridge era abarcar a 150 mujeres, pero Qadria y su colega alcanzaron a 480, según Ata Hamid, la asesora legal del proyecto. Raheem Rajaey, fundador de Bridge y director del programa, dice que la mayoría de las mujeres trabajan desde su casa y no en las calles.

Qadria remite a las mujeres a centros clínicos para que se practiquen exámenes de VIH y Hepatitis, realiza consultas informativas sobre la salud sexual, y distribuye condones. Es una entusiasta del trabajo de beneficencia, habiendo trabajado previamente como funcionaria de reclamos de la Comisión de Derechos Humanos y liderado un trabajo de sensibilización a trabajadoras sexuales a través de un proyecto financiado por el Banco Mundial. "Hago este trabajo porque hay nuevas amenazas como el VIH", dice. Dos mil personas han sido diagnosticadas con VIH+ en Afganistán, pero es probable que ese número sea mayor, según el UNDP.

El UNDP y el fondo global de subvenciones apoyan la educación frente a la prevención del VIH y la remisión a servicios de aquellos en mayor riesgo, como lo son los usuarios de drogas inyectadas y las trabajadoras sexuales. Rajaey, un exconsumidor de heroína, fundó la organización Bridge en 2015 y ahora lidera un grupo de hombres que proveen información sobre la educación relacionada al VIH, a la prevención a la hepatitis, y al cuidado de heridas a través de viajes de visita, enfocados sobre todo en los consumidores de drogas.

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Según Rajaey, "las mujeres con comportamientos de alto riesgo" son más esquivas, incluyendo a aquellas casadas con drogadictos, consumidoras de drogas, y aquellas que trabajan en asuntos sexuales, que es donde Qadria entra en escena.

"Por mucho tiempo, los programas y servicios de prevención del de VIH, se han enfocado en los riesgos y deficiencias de mujeres que usan drogas o que son trabajadoras sexuales" dice Judy Chang, directora ejecutiva del International Network of People Who Use Drugs (INPUD), quien ha promovido los grupos focales de mujeres marginalizadas en Kabul. "Los programas efectivos y exitosos de reducción del VIH, para mujeres que usan drogas o son trabajadoras sexuales, deberían aprovechar y potenciar las fortalezas, resistencias y competencias que existen y son inherentes a estas comunidades".

En un país en donde el promedio de alfabetización y participación laboral por parte de las mujeres es bajo, las viudas afganas o las esposas abandonadas por sus esposos se pueden ver obligadas a ser trabajadoras sexuales para alimentar a sus familias. Qadria sabe muy bien esto. A sus catorce años se casó con un tipo veinticuatro años mayor que ella. Él le pegaba, y un día, cuando ella tenía veinte años, la abandonó, dejándola a cargo de la manutención de sus hijos y teniendo que acudir al trabajo sexual. Otra mujer en la comunidad vio sus problemas y quizo ayudarla. Le dijo a Qadria: "Eres hermosa, puedes usar tu belleza", y le presentó a un hombre casado quien se convirtió en su proveedor, y en el apoyo de su familia.

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"Me llevó a una casa y después me presentó como su esposa", contó Qadria a Broadly a través de un traductor. Esta relación como amante le brindó más apoyo que su matrimonio. De hecho, salvó a su familia. Después de casi quince años, se separaron. El consiguió a una novia rica "que era famosa", mientras ella tuvo que volver a trabajar y entretener. Para entonces, ya era "bastante conocida" por otros hombres. Su esposo ausente reaparecía de vez en cuando para un tiempo de "entretenimiento" —término con el que se refiere al sexo—, pero no para apoyarla a ella o a los niños. Sus hijos no saben nada de su carrera, excepto la parte del trabajo social.


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Hoy Qadria es la madame de otras mujeres. A cambio de un porcentaje de sus tarifas, ella se encarga de arrendar una casa en un barrio tranquilo, "negociarla" con el anciano del barrio, reunirse con la policía local, y proveer clientes, a veces ricos, como señores de la guerra. Este trabajo recibe el nombre de kharabat, o "entretenimiento sexual", en Dari, un dialecto del farsi hablado en Afganistán.

"Cuando tenemos chicas nuevas, los 'perros grandes' [señores de la guerra] vienen. A veces preguntan por mí, pero les digo que estoy retirada", dijo con una carcajada. "A veces pueden decir 'te necesitamos', y yo los entretengo". Qadria solo se queda en un barrio por "unos meses" antes de mudarse de casa de nuevo, "porque los vecinos notan a los hombres que vienen a la casa", añadió.

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Su relación con la policía es amistosa. "La policía no nos lleva a prisión", explicó. "Solo nos piden propinas", que varían de 5.000 a 15.000 afs (228.000 a 682.000 pesos colombianos) por semana, dependiendo del flujo de ingresos que una mujer "cotizada" pueda generar por sesión.

El trabajo de Qadria le permitió huir de un matrimonio abusivo y comprar un casa, pero sabe que las mujeres de su profesión corren muchos riesgos. "Hemos tenido muchos casos en los que un cliente se lleva a una chica, lo publica en sus redes sociales, y no le paga", recordó.

Muchas de estas mujeres también tienen que lidiar con el abuso por parte de sus maridos en casa. "Cuando trabajamos con la comisión de Derechos Humanos, otros esposos forzaban a sus mujeres para que les dieran dinero", dijo Qadria. "Así que en vez de hacer algo ilegal o secuestrar [por el dinero del rescate], ellas entretienen".

Ya sea en el trabajo sexual o el social, la fortaleza y resistencia de Qadria se manifiesta en su actitud. Aunque los colegas hombres hablan abiertamente en los medios y hacen uso de sus verdaderos nombres, las mujeres afganas enfrentan estigmas que podrían llegar a matarlas. La mujeres que trabajan utilizan burkas en la calle, lo que Qadra ve como una ventaja. Le permite transportar encubiertos los condones a las casas escondidos en empaques, enviados solo cuando no hay visitas. Cada visita entrega más o menos 300 condones por día, según Bridge, y Qadria conduce visitas alrededor de cuatro veces por semana. Ella espera extender la distribución a las afueras de Kabul y llegarle a 1.000 mujeres trabajadoras sexuales.

"En las calles, nadie puede pararnos" dice. "En la cultura tradicional, nadie nos puede parar".