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Comida

Sí, el azúcar es un veneno, pero no es el diablo

Vivimos con la amenaza constante de que el azúcar es un veneno, que nos va a matar a todos y que además moriremos gordos y sin dientes. Pero no podemos vivir con miedo al azúcar —ni a ningún alimento—.
Photo by Ervins Strauhnamnis via Flickr

El azúcar es veneno. Al menos eso es lo que escuchamos en todos lados, en los medios, en los consultorios de los nutriólogos, en las redes sociales y en las mesas donde los comensales están a dieta hipocalórica. 'El azúcar es veneno' es una amenaza omnipresente que nos dice: si comes azúcar estarás gordo; es una droga, adictiva y dañina; todos moriremos atravesados por una espada dulce y blanca.

Tal vez siempre hemos sabido que el azúcar es mala. Aquella hermosa casita hecha con galletas de jengibre y dulces coloridos llevó a la muerte a Hansel y a Gretel; además, siempre nos advirtieron que 'no debemos aceptar dulces de personas desconocidas'. Quizá siempre debimos preocuparnos por el azúcar y sus efectos morales.

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Por ejemplo, un británico promedio consume 238 cucharaditas de té cada semana, tanto en forma natural como en forma de aditivos en alimentos como el yogurt, el cereal o la cátsup, o incluso dentro de las inocentes frutas que se consumen hasta en los hospitales. El diablo está en nuestra alacena, en las complicadas listas de ingredientes de los productos disfrazados como "saludables", y también en nuestros desayunos ligeros.

El profesor Graham McGregor, director de la asociación inglesa Action on Sugar, ha señalado en varias ocasiones algunos hechos aterradores. "La obesidad infantil conduce al desarrollo prematuro de enfermedades cardiovasculares, que son las causas más comunes de muerte en jóvenes en muchos países del mundo" ha declarado. "El azúcar se ha convertido en un agente igual de peligroso que el alcohol y el tabaco".

Entonces, ¿qué podemos hacer ante estas noticas aterrorizantes? ¿Cómo lidiamos con el miedo a un alimento?

LEE MÁS: El azúcar falsa puede estar enfermándonos.

Te explico. Las golosinas son malas para

Esta mujer, madre de cuatro, decidió dejar de consumir azúcar durante 30 días. Incluyó a toda su familia durante su experimento. Es una decisión dura, porque implica la demonización de muchas comidas que parecen bastante normales. Es algo que yo nunca intentaría. Soy la madre de unos niños pequeños y eso me hace responsable no solo de alimentarlos, sino de enseñarles cómo alimentarse ellos mismos, cómo elegir lo que quieren comer. Es importantísimo, porque quiero que tomen las mejores decisiones respecto a su alimentación cuando por fin dejen el hogar —y de destruir la casa—. Tengo que decidir cómo enfrentarme a las terribles noticias sobre el azúcar y mantener a mi familia a salvo, pero feliz.

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Pienso que inculcar miedo a la comida es sin duda muy dañino —en el mejor de los casos es solo estúpido—. Pienso en el mal que mi hicieron las prohibiciones alimentarias que me hice a mí misma cuando era joven. Seguía modas, así que vivía aterrada ante la grasa. Esto significa que le quitaba la parte blanca al tocino, esa pequeña parte que contiene todo el sabor; evitaba la mantequilla como si fuera una plaga, miraba con desdén a los que comían croissants frente a mí y me horrorizaba cuando, en cas de un amigo, me servían espagueti a la boloñesa.

Culpo a Rosemary Conley.

Cuando era una impresionable, precoz y gordita niña de 12 años, encontré una copia del libro de Conley: Hip and Thigh Diet. Tuve mi primer epifanía de dieta al ver el trasero y los muslos de Rosemary antes y después de que su exceso de grasa fuera removido. Ya sé, es ridículo. Ella era una mujer adulta y deprimida, con un trabajo sedentario de oficina y yo era una niña en pleno desarrollo. Pero aun así me inspiró y tomé su consejo de maldecir la grasa, porque era el monstruo responsable de mi celulitis y mis muslos "espantosos". Con el fin de convertirme en una mujer sin gorditos —una joven que se supone puede lucir un traje de baño sin llorar de vergüenza— dejé de comer mantequilla hasta que cumplí 25 años.

Tantos años tristes negándome a los lácteos. Solía untarle aguacate a mi pan mientras me decía a mí misma que estaba comiendo la "mantequilla de la naturaleza". Todo el mundo me veía con sus sonrisas brillantes y grasosas, comiendo sus panes felices. Por supuesto, mi trasero y mis muslos, muertos de hambre y deseosos de deliciosos lácteos, se negaban tercamente a comportarse como "debían", como Conley había prometido que lo harían.

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En ese tiempo, cuando navegaba en un mar de consejos estúpidos sobre la alimentación —y negándome a los consejos de mi madre, quien no tenía el mínimo interés en lucir como modelo—, leí en una revista que Elle Macpherson bebía un litro de agua todos los días antes del desayuno para acelerar su metabolismo y limpiar sus toxinas. Así comencé mi rutina de beber un litro de agua por las mañanas y así empezó mi constante preocupación porque mi orina luciera más traslúcida que el agua de un lago. Esa obsesión me duró hasta la universidad. Otro comportamiento de simio malaconsejado.

No quiero que mis hijos cometan los mismos errores que yo, no quiero que lleguen a la adultez con obsesiones mal informadas como las que yo sufrí. Quiero que ellos tomen buenas decisiones y hagan las mejore elecciones, basadas en información veraz y en su sentido común. Ahora sé que la comida nunca debe ser condenada ni convertirse en nuestro enemigo.

Comer no debería ser abrumador.

Los niños debería ser educados para tomar sus decisiones con libertad. Ellos deben comprender por qué el azúcar, si se consume en grandes cantidades, es un demonio con ropa blanca; pero también deben ser conscientes de que no pueden prescindir de ella y de que deben mantener sus dientes limpios.

No puedo hacerme de la vista gorda ante las bolsas de dulces que mis hijos compran a escondidas cuando salen de la escuela, ni ante los chocolates que se guardan en las fundas de las almohadas; pero tampoco voy a imponer reglas militares, porque éstas resultarán contraproducentes al mensaje que les quiero transmitir:

Hay que tener cuidado con ella, pero el azúcar no es el diablo.