Exiliados en la Metrópolis

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Violenta CDMX

Exiliados en la Metrópolis

Cómo cientos de personas de Santiago Mexquititlán que migraron a la ciudad tienen tomada la antigua embajada española, en la Colonia Juárez.

Todas las fotografías por Iván Alejandro Alamillo.

Un hombre robusto abre a medias el portón improvisado de metal que aísla a toda una comunidad de la sociedad que ha aprendido a ignorarlos. Es una persona difícil de tratar, su naturaleza renuente se ha forjado en el fuego de la discriminación de sus vecinos y vejaciones de las autoridades. No es la primera vez que lo interrogan acerca de la agrupación que representa; ya sabe cómo esquivar cualquier tipo de pregunta. Divulgar información acerca de sus protegidos significa exponerlos ante la incertidumbre de la luz pública. Sin más que decir, le cierra la puerta a los interrogadores.

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Días después, Telésforo responde una vez más al llamado del portón. Esta vez recibe a rostros conocidos que traen consigo electrodomésticos que él y los suyos no pueden costear. Supervisaba cómo su gente bajaba la estufa de una pick up, lo cual presentaba una buena oportunidad para abordarlo nuevamente. Como un honorable embajador de su gente, negó la entrada una vez más. Sus brazos cruzados reflejaban el escepticismo producto de turbulentos asedios a la resistencia del pueblo otomí en la delegación Cuauhtémoc.

"Este predio y campamento están protegidos por la federación revolucionaria de organizaciones en movimiento y la asociación unidos por el derecho indígena y campesino A.C. Frente Popular Francisco Villa. Vivienda sí, desalojo no", se lee en la entrada de aquella fortaleza. Actualmente es una gran estructura que pone en riesgo a los cientos de personas que la habitan y que la han defendido como propia.

Reservado, contaba que hace cerca de diecisiete años los más antiguos habitantes del edificio encontraron refugio en un hombre que rentaba esta inmensa propiedad. Sin embargo, poco después los nuevos residentes del lugar echaron al propietario debido a que sus papeles no constataban quien decía ser. Paulatinamente la antigua embajada española se convirtió en una vecindad que hoy alberga a medio centenar de familias provenientes, en su mayoría, de la misma comunidad.

"Nunca ha venido el dueño legítimo, si viniera se platica con nuestro líder y se negocia, que nos busque otro terreno y le dejamos", dice Telésforo, quien lleva siete años residiendo ahí, acerca de la actual situación legal de la propiedad. Aparentemente, Telésforo es quien representa los intereses de su comunidad ante las organizaciones que los protegen. Entre ellas la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata y el Frente Popular Francisco Villa.

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Esta última organización cuenta con un historial de apoyo a invasiones ilegales. Los vecinos suelen identificar a tres principales grupos de invasores: la Asamblea de Barrios, la UPREZ y el FPFV. Según explica Enrique Reinoso de la Comisión Política del FPFV en una entrevista en Rompeviento.tv, la organización nace a partir de la insuficiencia de programas gubernamentales para resolver el problema de vivienda. Para la misma entrevista, Gerardo Meza, delegado nacional del frente, expresa que no lo consideran como un acto ilegal, sino que se trata de rescatar lo que ellos tienen por derecho como resultado de años de arduo trabajo".

Cinco jefes delegacionales han cumplido con su gestión desde que los primeros inmigrantes de Santiago Mexquititlán pusieron pie en la embajada abandonada. Desde entonces, el fenómeno de las invasiones ha sido una constante en la dinámica de la delegación Cuauhtémoc. Según El Universal, dicha entidad tiene ubicados entre 28 y 30 predios e inmuebles que desde hace una década fueron invadidos por grupos políticos y organizados. El jefe delegacional, Ricardo Monreal, señaló que se trata de terrenos y edificios localizados en colonias como San Rafael, Centro, Condesa, Roma y Juárez.

"Nosotros no vamos a tolerar ninguna invasión, pero vamos a hablar con el jefe de gobierno para armar una mesa de trabajo jurídico con el fin de evitar, primero, la invasión de predios y, segundo, para promover el desalojo de los que no sean dueños", afirmó Monreal.

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El caso de la antigua embajada es particular y, por lo tanto, ejemplar de las causas que lo provocan. "Preferimos venirnos acá para que nuestros hijos tengan buenos estudios", decía Telésforo manteniéndose a distancia. Era claro que no sería fácil entrar en esa ocasión; la única vez que Telésforo abrió el portón negro fue para dejar pasar a dos pequeñas niñas que cargaban un par de garrafas de agua cada una. El rosa de sus ropas estaba tan desgastado como las paredes que se alzaban frente a ellas.

Las ruinas de este antiguo punto de encuentro político se encuentran en las calles de Roma y Londres. Frente a ellas, varios grupos de jóvenes se juntan para desayunar en el mercado Milán 44, actividad que se ha convertido en un ritual de cada fin de semana. Mientras estas personas disfrutan de un jugo de cincuenta y dos pesos, las dos niñas, cargando cada una dos garrafas de agua, pasan desapercibidas y cruzan la calle para llegar al portón del destruido palacio.

Hablar de la colonia Juárez es remontarse a una época en la que ardía el deseo social de vivir a la usanza europea. Sus calles han atestiguado numerosos acontecimientos, desde el paso del segundo imperio hasta el trágico terremoto de 1985, desastre que marcó un hito en la zona. Debajo de los escombros que dejó el terremoto quedaron sepultadas las expectativas de que la Juárez floreciera. Así, miles de personas se vieron obligadas a abandonar edificaciones representativas e históricas, como lo fue en su momento la embajada española.

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Hace cerca de ochenta años, la mansión recibió a cientos de exiliados que dejó el fin de la Guerra Civil Española; ahora, asila a cientos de personas que se han visto obligadas a migrar a la ciudad. Es así como este inmueble ha resistido, durante casi un siglo, la embestida de los fenómenos naturales y del abandono en el que se encuentra desde el año 1977, mismo en el que se restablecieron relaciones diplomáticas tras la muerte de Franco.

Su estructura, claramente debilitada, es apenas un vestigio del esqueleto original de la casona. De él únicamente permanecen la fachada y una torre que, pareciera, cumplía con la función de baluarte. Décadas atrás, la antigua embajada era uno de los incontables inmuebles que simbolizaban la modernización y la elegancia de la arquitectura porfiriana que impregnaba varias colonias de la ciudad.

En el presente, la estructura está protegida por el Instituto Nacional de Bellas Artes debido a los intereses históricos y artísticos inherentes a sus atributos. Sin embargo, así como el reconocimiento al gobierno del exilio de la Segunda República se desvaneció tras la caída del franquismo, el interés por lo que acontezca con el asentamiento y sus moradores parece decaer conforme transcurre el tiempo.

"Estamos corriendo el riesgo de que se caigan pedazos de piedra. Ya fuimos al INVI a hablar y ya estamos en la lista de los diez predios más afectados", explica Telésforo. "En la parte de atrás ya no tenemos gente porque ya se nos cayó en un temblor", complementa Domingo, quien también habita el predio. "En ese momento Protección Civil también nos quería sacar".

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Probablemente el genuino interés en su historia apaciguó la turbación de Telésforo ante tantas preguntas. Bajó un poco la guardia. Encogido de hombros y con las manos en los bolsillos ya no parecía un centinela afuera de las puertas de su reino. Relata acerca de cuando fueron desalojados por los granaderos sin dar mucho detalle. Su semblante refleja el temor de volver a vivir una situación así.

"Ya sufrimos en la calle aquí afuera, ya sufrimos con frío, lluvias y todo eso. Estuvimos medio año fuera el año pasado. No nos dejaron sacar nada. 'Agarren lo que puedan y pa'fuera.' Llegaron los granaderos, nos dieron cinco o tres minutos nada más", recuerda Telésforo en voz baja como si los oficiales siguieran ahí.

Por seis meses los habitantes de la antigua embajada fueron víctimas de la intemperie y las calamidades del clima. No obstante, no fueron los únicos perjudicados por el desalojo. Los vecinos de la Colonia Juárez se vieron afectados por el acto negligente de no reubicar a los oriundos de Querétaro. Durante este lapso, los residentes de la zona vieron su libertad de tránsito restringida por el permanente asentamiento de desalojados sobre la calle Roma esquina con Milán.

Dicha intersección se convirtió en la residencia temporal de este grupo de personas. Con el tiempo, los problemas de salud comenzaron a aflorar y, con ellos, la inconformidad de los vecinos de la zona. El miedo mantuvo al margen de la acción a los desalojados. Sin techo ni cuatro paredes que los protegieran, las deplorables condiciones le pasaron factura a los más pequeños.

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"Los niños se empezaron a enfermar, pasamos diciembre aquí lloviendo. El gobierno no viene a ayudar; sólo nos dieron un pedazo de hule, nunca nos trajeron una carpa. Tuvimos el valor de volver a meternos, si nos vienen a llevar pues que nos lleven", concluyó Telésforo. Después de recordar la historia no quiso decir mucho más y se adentró en el palacio.

Es domingo, muy temprano por la mañana. Berenice camina con su hija en brazos a la entrada de la propiedad para responder ante el ininterrumpido golpeteo contra el metal. Los representantes de la comunidad se encuentran trabajando, en su mayoría como vendedores ambulantes en las calles de la colonia, por lo que ella toma la decisión de abrir el portón. Ante la duda sobre el paradero de Telésforo, ella indica que su padre no está. Se muestra temerosa y confundida en la interacción con otras personas. Percibe peligro, como si respirar fuera de la ex embajada presentara alguna amenaza.

Brisa, su hija, cuelga descuidadamente de sus brazos. Su vestimenta es desaliñada y la apariencia de la menor no dista mucho de la suya. Sostiene un biberón en la boca de su bebé, da la impresión de que es su única labor durante el día. Despistada tras el bombardeo de preguntas, entra a buscar a algún representante que pueda tomar la decisión de dejar entrar a los curiosos forasteros.

A falta de alguien con mayor autoridad acude a Domingo. Él, de manera más comprensiva, le permite la entrada a los externos. El acceso es restringido exclusivamente a su vivienda. Dentro de la ex embajada hay mucho más de lo que una mirada a puerta abierta permite ver. Todo está amontonado y es fácil perder la noción de dónde empieza y dónde termina el territorio de cada familia. Al final de un laberinto de láminas, lonas y postes de madera se encuentra la diminuta porción de terreno que le fue asignada a su familia.

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Con una inmensa tranquilidad, Domingo se sienta en una cubeta que está arrumbada a las afueras de su hogar. Los estrechos pasillos se encuentran en un bullicio constante, mismo que es causado por los gritos de los niños que juegan al trompo. Su curiosidad, propia de todo niño, les impide mostrarse temerosos ante los visitantes que se encuentran merodeando por su enmarañado campo de juegos.

Del otro lado del pasillo, un grupo de jóvenes se encima en una mesa de madera para jugarse unos cuantos pesos en una partida de cartas. Las opciones recreativas no son muchas dentro del predio y los sueños que tenían las generaciones mayores al llegar a la capital mueren ahogados en apuestas y otras adicciones en las que se pierden sus hijos. Mirando cuidadosamente se pueden encontrar jóvenes sentados en diferentes rincones apartados de los demás, con la mirada pasmada sin responder a ningún estímulo de la realidad.

"Aquí estamos divididos en tres grupos, los de aquí son un grupo y los de allá otro. Las personas no se ponen de acuerdo. Se quiere comer el mandado uno solo. Tratamos de evitar problemas. Los vecinos no nos quieren por el ruido y por los muchachos que consumen el vicio. Eso es lo que tratamos de evitar", dice Domingo. Y es que los vecinos de la colonia se muestran renuentes a aceptar la colindancia de sus hogares con el asentamiento de los de Santiago Mexquititlán.

La estructura de la enorme edificación revela aún más lo endeble de su naturaleza desde dentro. Las grietas son un común denominador de todos los muros que la conforman. Bajo ellos, decenas de familias llevan a cabo su día a día sin prestar mayor atención al riesgo al que se exponen. Naturalmente se asume que no cuentan con servicios básicos como luz y agua; sin embargo, los habitantes de este predio se las han arreglado para obtenerlos.

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"Estamos colgados de la iglesia de aquí al lado, así obtenemos la luz. El agua es tratada y la sacamos de una caseta de policía, pero tenemos que llegar caminando", afirma Domingo, mientras ve cómo sus hijos revolotean a su alrededor.

"Ya vi una diferencia del pueblo al cambio de la ciudad, aquí ya comías un pedazo de pan, arroz o un refresco. En el pueblo no, ahí solo era tortilla con sal, agua y frijoles cuando daba el campo", concluyó. A pesar de no tener la mejor alimentación, es claro que el vivir en la ciudad le ha permitido a sus hijos tener un régimen alimenticio más variado que el que él tuvo.

Para describir la capital de la república mexicana, hay una palabra que funciona perfectamente: oxímoron. La Ciudad de México comprende una gigantesca contradicción que se manifiesta en las esquinas menos esperadas. En este caso en particular, se trata de una de las colonias más emblemáticas de la metrópolis, la Colonia Juárez. Misma que dentro de sus limitaciones geográficas encuentra lugares de interés como el Museo de Ripley, la Biblioteca Benjamín Franklin y el Paseo de la Reforma, arteria que resulta clave para el progreso económico de la zona, entre otras importantes locaciones.

Este caso es representativo de los problemas migratorios y de invasiones que apremian a la ciudad. Los altos muros y los pocos árboles que rodean la edificación, ocultan la realidad de una comunidad rural perpetuamente extraviada en la ciudad.

Desde Santiago Mexquititlán, Telésforo, Domingo y compañía llegaron porque sus padres y abuelos no tenían nada que dejarles. No es fácil subsistir en la capital. Dejando todo atrás y apostando por una vida resguardados en un predio que no les pertenece. Todo lo que conocen pende de un hilo que podría vencerse tan pronto los granaderos regresen o los muros cedan.

Ahora, Domingo vive en el desempleo. Su licencia de chofer venció hace más de un año y cuesta un monto mayor de mil pesos renovarla. Espera que la solución se presente frente a él. Tal vez por las promesas que representa la Ciudad de México o por cómo éstas se fueron desvaneciendo desde que llegaron. Se refugian en organizaciones civiles, pero no pueden escudarse del hecho de que su ocupación del edificio no es legítima. Sin embargo, parece que la embajada es un símbolo de resistencia, ya que la misma y sus habitantes soportan incansablemente a las autoridades, los golpes del clima y, sobre todas las cosas, el tiempo que parece transcurrir con mayor lentitud.

Las invasiones son un fenómeno actual y preocupante que va a la alza en la Ciudad de México; delegaciones como Iztapalapa y Cuauhtémoc se encuentran dentro de las más azotadas por este problema. El antiguo palacio de la ex embajada española ha brindado mucho más que un simple refugio. Sus paredes han provisto de un hogar a cientos de personas que son utilizadas con fines políticos por las organizaciones ya mencionadas.

De esta forma, el antiguo palacio que algún día fue un bastión del exilio español, actualmente es donde esta comunidad puede sobrevivir, mas no cumplir sus expectativas. Sus sueños están tan desgastados como los muros que los rodean.

Este reportaje se hizo con la colaboración de Eide Sosa y Mariana Coss.

Este reportaje llegó a nosotros a través de Las nuevas voces del periodismo. Mira la convocatoria acá.