Ni ‘food trucks’ ni hostias: los castañeros resisten en las calles

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Ni ‘food trucks’ ni hostias: los castañeros resisten en las calles

Frente a la moda de llamar 'street food' a la comida callejera y programas como 'Cocineros al volante', los vendedores de castañas siguen (a duras penas) con su negocio de toda la vida.

Todas las fotografías por Davit Ruiz.

Lo único que nos gusta más que rechazar lo viejo es reivindicar lo viejo. Aquí no hay reglas. Si hace dos días lo viscoelástico era la ley, ahora algunos ya reivindican las almohadas de lana de nuestros abuelos. El vermú, la petanca y la ropa vintage cotizan en alza pero, por algún extraño motivo, las castañas todavía no. Frente a la moda de las 'food trucks', las ferias de comida callejera y programas de la tele como 'Cocineros al volante', los vendedores de castañas resisten a duras penas con su negocio de toda la vida, gracias a los turistas y gente mayor. Hablamos con ellos para saber cómo trabajan en sus tradicionales puestos de las calles de Madrid y qué hacen cuando se acaba la temporada de invierno.

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Salvador (59)

VICE: Este puesto es diferente a otros que hay por el centro.

Salvador: Sí, es que depende de cada Junta. Los de aquí son como este, van todos homologados.

¿Qué tal va el negocio?

Fatal. Apenas cubrimos gastos. Estamos aquí porque es un trabajo y porque me ayuda mi yerno Rafael [39 años]. Esto cada año va a peor. Tengo otro en Cristo Rey que ni lo abro porque aunque pasa mucha gente, es gente que va a trabajar y no compra castañas. En verano tengo un puesto de helados en Pintor Rosales y eso va mucho mejor.

¿Os gusta trabajar a pie de calle?

No. Nos gustaría un local normal pero eso es muy caro. Aun así intentamos hacerlo lo mejor posible, usando carbón de encina por ejemplo. Ya te puedes imaginar que no es lo mismo hacerte una chuletita aquí que hacerla en casa en la sartén. En muchos puestos usan gas butano, y se nota. La materia prima es importante, asamos castañas de Ávila más pequeñas y sabrosas y que se abren más fácil. La piel del medio tiene que ser muy finita.

Carlos (69)

¿Cuándo empezaste a llamar al puesto Bigotón?

Carlos: Hace quince años, porque llevo toda la vida con este bigote y es un nombre muy reconocible. Antes estábamos al otro lado, pero ahora es por aquí por donde pasa más gente. Me va bastante bien porque vendo la media docena a euro y medio y la docena a dos euros, un poco menos de lo normal, porque tengo que adaptarme a la gente del intercambiador que viene de sitios como Móstoles y allí son más baratas que en Madrid.

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¿Cuál es tu horario de trabajo?

Abro a las diez y media o a las once de la mañana. Y suelo cerrar a las doce de la noche pero el fin de semana aguanto hasta las dos de la mañana, por el botellón del parque Atenas y por las discotecas. La gente, cuando está de fiesta, quiere algo caliente.

¿Cómo ha evolucionado el negocio?

Ha cambiado mucho. En los buenos tiempos había una cola enorme hasta allí abajo y no podíamos ni parar a respirar. Hacíamos cada temporada unos 11.000 kilos de castañas. Tres personas asando y jugándonosla porque, al no poder rajar todas, a veces explotaban. Lo único que no cambia es el método [hacerlas con amor] y las castañas, que nosotros las traemos de Guadalupe, ya bendecidas por la Virgen (ríe); y de Ávila. Dicen que las mejores son las gallegas pero a mí me parecen demasiado bastas, después de tomarlas necesitas beberte agua o un vino.

Roger (37)

VICE: ¿Cuánto dura la temporada de castañas?

Roger: Estamos solo tres meses, noviembre, diciembre y enero; y el resto del año en las ferias con la churrería. Este año está siendo especialmente malo por el buen tiempo que ha hecho. Si no hace frío la gente no quiere comer castañas. Nosotros estamos aquí unas doce horas al día. Solo para tener el fuego preparado ya se tardan casi dos horas.

¿Siempre estáis los dos o hacéis turnos?

Solemos estar los dos, aunque a veces Ángel [68 años] descansa. Hacen falta dos porque uno tiene que estar asando.

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¿Qué vendéis aparte de castañas?

Bueno, lo típico son la manzana caramelada y el coco, pero nosotros no vendemos eso. Tenemos maíz, batata y bebidas sin alcohol. El puesto es muy pequeño y el Ayuntamiento tampoco nos permite vender muchas más cosas.

¿Qué es lo mejor y lo peor de este trabajo?

Lo mejor es que estás al aire libre y conversas con las personas. Y lo peor que acabas siempre my sucio por el humo.

¿Tenéis algún truco para saber que la castaña está bien?

No hay trucos. Las castañas son imprevisibles, como las mujeres. No sabes lo que te toca… Alguna viene con gusanito y también están las que vienen pochas. La envoltura no te da mucha opción. Las nuestras las traemos de Coruña (Galicia).

Alberto (42)

VICE: ¿Cuánto tiempo llevas en el puesto de castañas?

Alberto: Llevo 42 años. Estuve siempre aquí desde niño. Soy la tercera generación. Empezó mi abuela, después mi madre y ahora mi hermano y yo. En este puesto han comprado Sara Montiel y la hermana y la madre del antiguo Rey, que se paraban ahí delante y bajaban con toda la escolta a por su cucurucho. Nosotros cuidamos mucho el negocio, eso la gente lo nota, y las castañas son muy buenas de Ávila.

¿Qué es lo mejor de la profesión de castañero?

Nada. No hay nada bueno en estar todo el puto día aquí en la calle, seis días a la semana y doce horas seguidas. Hay mucha gentuza y mucho sinvergüenza. Es una vida sacrificada. Estamos aquí porque no nos quedan más cojones, y encima la venta ha menguado más de tres cuartas partes. Pasa mucha gente por aquí por Callao, pero la gente no tiene ni un duro. Como mucho vendemos 250 euros de castañas al día, sobre todo a turistas y gente mayor.

¿Qué hacéis cuando acaba la temporada de invierno?

Buscar trabajo. Mi hermano está en paro y acepta todo lo que le va saliendo. Si le llaman para hacer de fontanero, pues va para allá. Antes, el resto del año era soldador y montador de estructuras metálicas, pero eso se acabó.